Cualquiera que cumpla sus propósitos es eficiente.
A propósito de una opinión emitida por Pablo Fucik en Aporrea “¿Ustedes saben por qué PDVSA no logra levantarse?” https://www.aporrea.org/imprime/a295265.html Él dice que “…después (del 2002) los trabajadoras y trabajadoras, los héroes en la derrota del sabotaje, fueron progresivamente apartados y desplazados por una camada de advenedizos apadrinados por altos gerentes, lo que en la industria se popularizó con el calificativo de «gente de confianza»”. Debería explicar, en honor a la verdad, qué quiso decir con eso de “gente de confianza”. Toda gestión administrativa cuenta con gente de confianza. Debe explicar de confianza para hacer qué. En cuanto a lo de “advenedizos”, en lo tocante a la gestión liderada por Chávez, esto es mentira. Por ejemplo, todas las normas administrativas convenientes a la organización, para la producción, de seguridad industrial, etc. se respetaron (yo diría que demasiado), y la “gente de confianza”, en su mayoría, sabía qué se estaba haciendo y para qué, porque eran políticos o con formación política y técnicos de alta calificación. El señor Fucik no hace distinción entre la gestión de Chávez y la de Maduro, hay una diferencia muy sustancial.
En cuanto a la “eficiencia” hay que preguntarse igual para qué se tiene que ser eficiente. Para la Pdvsa de ahora, sin objetivos políticos revolucionarios, solo le quedan claros los objetivos políticos que tiene la sociedad capitalista, los cuales se resumen en santificar la ganancia, el lucro y los privilegios; o sea, “producir riqueza” expropiada por los mismos ricos y poderosos de siempre. Y reproducir dentro de ella, en sus maneras administrativas, la misma desigualdad que hay en el país. Lo de ahora no es una revolución y PDVSA es solo reflejo del país.
Es decir, lo que Fucik llama “esa cultura exclusivista, racista, elitista, anti nacional y muy anglosajona que menospreciaba el aporte criollo”, refiriéndose a la meritocracia (la mala), no es otra cosa que la reproducción en pequeño de los privilegios de la sociedad capitalista. El “aporte criollo”, que él llama, es tan “exclusivista y racista” como como el anglosajón, es una distinción falsa, un reproche falso desde el punto de vista político. En una revolución socialista tiene méritos quién hace revolución socialista, y la eficiencia dentro de la revolución es un requisito ineludible, todo lo demás estorba.
El propósito de la PDVSA de Chávez fue capturar la renta petrolera e invertirla en la sociedad, y formar y otra conciencia política en la conducta de los trabajadores (de “clase social” destinada a cambiar la sociedad capitalista), aparte del uso eficiente de los métodos administrativos útiles (porque no todos son útiles a una revolución socialista).
Pero Fucik, solo culpa a los “jefócratas” de este desastre que es hoy la empresa, y clama por una “meritocracia buena”, eficiente; culpa solo al abandono de los “procedimientos” administrativos propios de la empresa y se olvida de los propósitos, es decir, termina haciendo un análisis simplista y prejuicioso. Un gerente corporativo obedece a una administración regulada por un tipo de eficiencia particular (todo el mundo es eficiente si cumple con sus propósitos), se trata de hacer rentable la empresa y producir ganancias. Además ese gerente obedece a un estricto sistema de jerarquías, no nada más asociadas al conocimiento (méritos), más bien al sistema de estratificación social; la empresa simula la sociedad. Una sola decisión puede acabar con esa “eficiencia” y esa ganancia, sin embargo no deja de cumplir con su objetivo principal, el cual es conservar las divisiones de clases, los estratos, los privilegios, y estimular la competencia entre sus individuos para alcanzar metas individuales, personales, de forma egoísta…, repito, más allá del interés general de la empresa, inclusive si esta llegara a quebrar, se cumple “eficientemente” con ese objetivo principal de reproducir las desigualdades de la sociedad.
La PDVSA meritócrata estuvo mucho tiempo regida por un sistema que ocultaba esos privilegios, sueldos y negocios particulares, solo permitidos para la alta gerencia de la empresa, y alentar ese espíritu de competencia, estimular con la moral del arribismo la “carrera” de cada empleado. Más allá del beneficio que recibían las operadoras, la otra parte de la renta se la repartían sus ejecutivos, directores y gerentes. Era una meta personal dentro de la empresa escalar cargos (por méritos, recomendaciones, nepotismo, servilismo, zancadillas, o como fuera) hasta altos puestos gerenciales; tener poder de decisión, el cual se traducía en el poder de hacer negocios y lucrarse mediante el sistema corporativo capitalista.
Un directivo de la empresa o de sus filiales, podía comprarse una casa en la Lagunita Country y acumular tanta plata como para vivir el resto de su vida como un pequeño principie. Mientras un obrero especializado podía obtener beneficios sociales contractuales superiores a los de un profesor universitario o de un funcionario promedio de la administración pública. En tiempos de la cuarta república (también en la quinta) todo el mundo quiso trabajar en PDVSA. La renta petrolera era capturada por muy poca gente y en su mayoría se la llevaban fuera del país las trasnacionales. Los prejuicios respecto a la eficiencia no permiten ver el sistema de privilegios que esconde esa supuesta “virtud” abstracta de la meritocracia, sin propósitos, con objetivos distintos a los de la producción y la ganancia, a saber: hacer negocios personales. El caso que nos ocupa, que queremos aclarar es que siempre se habla de una eficiencia como si esta valiera por sí misma y más bien está ligada a propósitos que no están muy claros. Que sin propósitos políticos revolucionarios, sin compromisos con cambios revolucionarios y con una nueva sociedad, fuerte y de justicia, cualquiera puede ser eficiente trabajando para sí mismo y para los suyos.
Con Chávez se intentó con relativo éxito (con puntos positivos) conciliar los procedimientos administrativos (¡es mentira que se abandonaron!) dentro de la política de plena soberanía petrolera, dentro de un proceso de cambios profundos o inusuales; la captura y distribución de la renta por el Estado para dirigirla a programas sociales, para beneficiar (fortalecer) a toda la sociedad. En otras palabras, adscribir las políticas corporativas de la empresa a decisiones políticas dictadas por el Estado, comprometidas con programas sociales con signos revolucionarios (subordinar políticamente la empresa al Ministerio de Petróleo y a las acciones políticas del nuevo Estado socialista que se quiso crear).
Lo que se hizo (o se comenzó hacer) funcionó, hasta elevar la producción, capturar la renta para el país (representado por el Estado socialista en formación) y financiar con ella todos los programas sociales de entonces, ¡empezar a pagar la “deuda social”! que dejó la cuarta república, las misiones sociales educativas, de salud, vivienda; financiar los planes nacionales de desarrollo y de obras públicas (ferroviarios, puentes, viviendas etc.), aparte todo lo relativo a inversión interna para la empresa que hicieron posible que funcionara hasta la debacle de Nicolás Maduro en el 2014. Nada fue perfecto pero el objetivo político se cumplió en buena medida hasta la muerte de Chávez, aparte de haber maximizado la rentabilidad de la empresa.
Al perderse la visión política del gobierno (del ministerio y de la empresa) comenzaron los “jefes” a hacer las cosas por su propia cuenta; sin liderazgo político la empresa quedó como una piñata rota en el suelo, codiciada y saqueada por una desbandada de aprovechadores y oportunistas, sin líderes, sin gobierno político. Estos prejuicios acerca de la eficiencia sin saber para qué se necesita solo justifican, como dije más arriba, los privilegios, ventajas para particulares, para los privados, no para la sociedad. El sistema de la “meritocracia” es el mayor de los prejuicios con el cual se intenta salvar el hecho de que unos cuantos pícaros vivan como príncipes, frente a un país petrolero empobrecido lleno de miseria.
Precisamente es ese modelo del “príncipe petrolero”, con el cual otro señor se imagina la vida que lleva ahora Rafael Ramírez (como él se lo imagina; no lo sabe realmente, solo repite lo que dice Maduro). La imagen está sacada de la vida real que llevaron los antiguos gerentes corporativos y directores de la PDVSA meritócrata (sistema descubierto y denunciado en el famoso “Informe del comisario de PDVSA: ejercicios económicos de los años 1999 y 2000” hecho por Rafael Darío Ramírez Coronado, padre del ex ministro Rafael Ramírez); ese deseo está inspirado en la vida de los ricos y famosos ex directivos de la PDVSA meritócrata, “altamente eficiente” pero para saquear al país y a la sociedad, sean criollos o anglosajones racistas; el egoísmo y la codicia carecen de nacionalidad..
Cada vez que se evoca a la PDVSA eficiente y meritócrata hay un sentimiento de codicia que se despierta, un deseo inexpresado de la gran oportunidad de hacerse millonario. Dudo que cuando se apela a la “eficiencia” como una virtud sin propósitos confesados, se esté pensando en servir a Venezuela, o en justicia social, en la revolución, en superar la pobreza material y espiritual de nuestra sociedad. De lo contrario entenderían lo que vale tener petróleo, una industria petrolera y la oportunidad de ponerla al servicio de toda la sociedad en una revolución social, y no de la mezquindad y el egoísmo que a la larga termina beneficiando solo a los más mezquinos y egoístas, a los ricos y poderosos.
Si PDVSA no funciona ahora es porque se perdieron los objetivos políticos de la revolución socialista, la estrategia política de la nación, no por jefes que se creen gerentes o viceversa, o cualquier explicación nimia para los cambios políticos en favor de la sociedad, PDVSA perdió su razón de ser en medio de una revolución de papel. Sin revolución PDVSA es un negocio más para los ricos, y una oportunidad para los aprovechadores, arribistas, escaladores sociales, socialdemócratas, hijos de papá, etc.