Vivir cerca de la verdad es análogo a la “praxis” marxista, en nuestras prácticas de vida es una constante atención a los datos de la realidad; pensar y obtener conocimiento a partir de ellas y adaptarlas a nuestros fines, políticos, artísticos, personales o colectivos: la praxis siempre será tributaria del conocimiento (no se entiende el mundo, incluidos nosotros, solo desde modelos puros sin aterrizar a la realidad, sin consultar la vida para comprobar que sirven para algo al desarrollo de la especie humana, nuestro asunto fundamental. Mundo es humanidad y la humanidad es el mundo). A mi entender, una “praxis” religiosa no sería posible. La fe puede formar parte del conocimiento, alentarlo, pero no al contrario, no se pueden formular teorías para apuntalar la fe, como lo intentaron los antiguos pensadores cristianos patrísticos y escolásticos, sin mucho éxito para esos pensadores y sus dialécticas. La fe es humana y alienta la acción humana, pero no puede ser una finalidad en sí misma o de vida, por ejemplo, vivir para llegar a tener fe en Dios (inclusive, en uno mismo, ¿para qué, si no sabes lo que quieres?) es no-vivir. Vivir es soñar, crear, construir algo, y para hacerlo hay que estar cerca de la verdad, tener fe en uno mismo (inclusive en Dios: “ayúdate que Dios te ayudará”, pero debes saber lo que quieres, porque Dios eres tú).
Una revolución socialista es algo que se mueve, es una guerra sostenida en contra de la gran mentira del capitalismo, la misma mediante la cual él engaña y roba al trabajador y al resto de la sociedad el producto de su trabajo, con un cuento de libertad, de “libre albedrío”. Pero las condiciones materiales de nuestra vida (¡nuestra vida!) nos esclavizan y definen nuestra conciencia, o deberíamos decir, nuestra “mala-conciencia”, una conciencia domeñada, que nos hace pensar y desear a como lo hacen nuestros propios verdugos, nos obliga a justificar el despojo a la sociedad como si fuera lo más natural del mundo, a idealizar sus vidas y valores, codiciarlos, olvidándonos del resto de nuestros iguales en desgracia, de nuestros intereses del clase. Eso es terrible, nos fuerzan a la preocupación por lo mío y al desinterés por lo nuestro, al egoísmo mezquino, a ser una muchedumbre fragmentada. Una revolución socialista es adquirir conciencia de clase y despertar a la verdad, y decir como Heráclito que todo se mueve, y que somos libres solo si nos conocemos a nosotros mismos, como individuos, como clase, como sociedad y como especie (que es lo nuestro).
La mentira.
“¡Desarticularon una organización terrorista!”, y aparecen dos detenidos, y uno de ellos con cara de asustado que está a punto de llorar… Cuando alguien dice que “ha sido desarticulada una organización terrorista” uno quiere ver un diagrama de flujo en una cartelera, donde se muestran los autores, jefes y financistas, enlaces, logística, apoyo internacional, contactos, con nombres y algunas fotografías a su lado, y caras de profesionales duros, que no arrugan la cara, o lo que sea que arruguen los miedosos; es decir, debe ser una puesta en escena creíble; no solo explosivos, que el gobierno los tiene guardados por toneladas… El otro pedazo, la seriedad del vicepresidente Tarek, la formalidad de la denuncia, el paneo de los explosivos, ordenaditos al lado de esos cables siniestros, crean una sensación de verdadero terror, y luego muchos piensan: “nadie puede mentir con una cosa así, tan seria, ¡tan grave!”… ¡Esa es la idea!, ¡hacer que la mentira conmueva!
Goebbels sabía que mientras más increíble parece una mentira, es más creíble; si mañana Maduro dice que en la madrugada el Ávila se partirá por la mitad, mucha gente hará vigilia toda la noche, porque en el ánimo de la gente común está creer en cosas absurdas; como por ejemplo en el misterio de “la santísima trinidad”. La lógica de la gran mentira es simple; siempre involucra la fe en cosas irracionales.
El cuento de Pedro y el Lobo es muy aleccionador en estos casos. Las mentiras de Pedrito tentaron al destino, invocando al lobo sin darse cuenta, tanto que al final vino y se los comió a todos. Las voces del gobierno, de tanto mentir con atentados y complots, a los cuales (hasta ahora) una gran cantidad de gente les ha tenido fe, se sorprenderán por el desinterés de esa misma masa cuando estalle Miraflores de un cohetazo, o desembarquen los marines en la Vela de Coro, que, como Miranda, van a encontrar una población malhumorada y displicente viéndolos marchar hacia Caracas.
Esa es la mentira que hace que todo pierda sentido, que vacía a la palabra de su poder y la diluye en otra cosa, la que solo quiere distraernos de la Verdad. Y la verdad es la sencillez con que se presentan las cosas. Por un lado de la calle diez niños muy pequeños corren detrás de una señora que desde su carro les regala una bolsa de caramelos, en otra esquina un grupo de jóvenes rescata de la basura una bandeja de sobras de pollo y restos de refresco, más abajo mucha gente agitada comprando y vendiendo cosas casi nunca se miran a los ojos, frente al escándalo de las tiendas cada quien vive su propio silencio meditando el precio de la felicidad. Y del otro lado, los dueños del país sacan sus cuentas para ver cómo sostienen sus vidas de ricos y nuevos ricos, calculando nuevos métodos de engaño y simulación, como los profesionales del circo.