Comencemos por la paz. Una cosa es la paz que vive un pueblo dentro de un sistema de justicia social e igualdad de derechos y deberes. Todos reciben los beneficios del producto social y en tiempos difíciles todos luchan y se sacrifican por el cuerpo social; no hay privilegios. La justicia social nace de una acción racional, meditada, no es espontanea, no brota de la nada: o se ha construido en el tiempo y se debe construir al tiempo. Es frágil y es tensa, no existe una paz que no se deba cuidar con de forma racional, en el debate, en la confrontación constante de las diferencias. O de forma violenta, en la guerra.
Cuando se habla de una revolución socialista pacífica no significa otra cosa que evitar cuanto se pueda el uso de la violencia. Una revolución es cambio radical, no necesariamente significa violencia física. Pero el uso defensivo de la violencia nunca se debe descartar. A nombre de una mayoría de la sociedad se intenta cambiar el orden de las cosas a favor de toda la sociedad, dejando los privilegios y a los privilegiados a un lado, y estos casi siempre (o siempre) reaccionan a estos cambios de forma violenta; no es fácil tener que renunciar a privilegios económicos, materiales, muchos de ellos casi atávicos.
Un señor (se llama Borys Jiménez) escribió esto a mi correo hace dos semanas, “Los comunistas odian trabajar para ganarse la vida, por eso son la peor escoria del mundo, son mentirosos, envidiosos, ateos, anarquistas, promiscuos, sucios y un largo etc., por eso franco los es terminó en España como asquerosas cucarachas que son.” La tarea para alguien que hace una revolución no es fácil, porque debe lidiar con personas así, las cuales generan violencia, mucho odio y mucha violencia. Y frente a este terrorismo y odio hay que actuar con la misma contundencia, si no… nunca habrá una revolución.
El otro cuento de la revolución pacífica viene de parte de los reformistas. Para evitar las confrontaciones directas con los privilegiados (grandes propietarios, patronos, reyes etc.), para evitar estos odios, que estén quemando pobres en las calles, etc., proponen sólo adelantar reformas, o pequeñas reformas reivindicativas de los derechos laborales y de las condiciones de vida de los más necesitados (en el caso de Maduro, bolsas de comida y bonos-limosnas). Pequeñas reformas en las leyes, y conservando el orden social, la estratificación social, para evitar reacciones violentas de parte de los poderosos. Los reformistas y sus reformas actúan como una especie de válvula de escape para las tensiones sociales, que son contradicciones sociales. En otras palabras, confían en la bondad de los capitalistas, considerándolos como hombres y mujeres independientes de su condición de clase, como si pudieran en un momento dado ir en contra de sus propios intereses de clase. En eso, sobre todo en eso, se equivocan. Y al tiempo siempre terminan asimilándose al sistema que quieren “reformar”, convirtiéndose ellos mismos en clase privilegiada.
¡Es difícil (no imposible) hacer una revolución social! Es difícil buscar la paz duradera sin antes prepararse para la guerra, pues todo cambio radical supone violencia, de parte de aquel que se niega a renunciar a sus privilegios, y del lado de la sociedad que demanda justicia social; una guerra entre la sociedad que se niega a desaparecer y la sociedad que no acaba de nacer. Esto es lo que confunde Maduro con la llamada “guerra económica”, que no es otra cosa que la expresión tangible, palpable, de la eterna guerra que libra el capitalista y el capitalismo en contra del resto de la sociedad, para sostenerse en el control de almas y recursos vitales, mantenerse en el lado del poder y los privilegios.
Cuando Maduro habla de “guerra económica” lo hace desde la óptica reformista porque es un reformista decadente, haciendo ver que no se trata del capitalismo – que no tiene necesariamente que haber una guerra contra el capitalismo – sino solamente en contra de una parte de él, la parte mala, los “neoliberales”, actuando como si los otros no lo fueran, como si hubiera una parte buena, los capitalistas buenos, “socialistas”, o como los llamó Castro Soteldo, la “burguesía revolucionaria”.
Evitar la guerra en estas condiciones es la más grande de todas las hipocresías políticas, es el engaño reformista, es renunciar a los cambios sociales, a la justicia social, a la paz duradera, a favor de la paz de la esclavitud capitalista, de los privilegios, de la injusticia, endulzando la realidad con un cuento de hadas, con una eterna promesa, la de la acción de la mano invisible del mercado o algo parecido.
Esto es lo que está al fondo de la incapacidad del gobierno para la rectificación, frente a Chávez y su idea de revolución, esto está detrás desde el plan de la patria falsificado, las Zonas Económicas Especiales, la ley de inversiones extranjeras, hasta la Ley antibloqueo. Esto es lo que hay que destrancar en un gran debate político chavista, para volver a Chávez de una vez, militares, intelectuales, políticos, el movimiento estudiantil y juvenil, honestos y un pueblo informado, esclarecido, estimulado. Lo demás viene siendo carpintería revolucionara, hablar con la verdad y trabajar duro, con justicia social.
¡VOLVAMOS A CHÁVEZ!