Si maduro y su gobierno no viviera de mentiras tras mentiras la derecha verdadera (la derecha de doctrina, no de oportunidad), no podría ocultar su propia mentira, tal y como lo hace ahora.
El prodigio Chávez fue una sorpresa humana. En una sociedad acostumbrada al engaño, una clase media y alta acostumbrada al disimulo y las apariencias – a mentir con la democracia, con la eficiencia, con el respeto a la ley, con el honor y la decencia –; una burocracia incapaz de distinguir la verdad de la mentira cuando discursea, acostumbrada a culpar a otros de sus pecados; y un pueblo aletargado, imposibilitado a pensar en lo correcto y lo incorrecto, en lo bueno y lo malo, todos fuimos sorprendido con un simple gesto de verdad, de responsabilidad, dado por un militar desconocido (recuerdo que se veía más alto al lado del oficial que lo custodiaba cuando informó que la rebelión había fracasado “por ahora”). Ese gesto de honestidad, que ahora lo llaman “carisma” para no reconocerlo, sostuvo en pié un intento de cambios sociales por 12 o más años, hasta la muerte del hombre en el 2013. No hay historia ni teoría que puedan diluir el valor humano con solo fórmulas científicas; la acción del hombre siempre estará a la base tanto de la historia como de la teoría. A veces se olvida que la cultura es obra humana.
El carisma es algo que se lleva gracias a una acción humana encantadora, algo que los seres admiran de forma oculta pero que, sin poderlo explicar, saben que toca dentro de cada quién algo que se anhela afuera, que se quisiera también poseer como fuerza personal. En el caso de Chávez fue su honestidad y la preocupación manifiesta de cuando ésta no estaba del todo presente en él. Miles de personas se sorprendieron que un conspirador rebelde, calificado de forajido, hasta de delincuente, admitiera sin más su responsabilidad personal por aquel intento de golpe y por los daños causados. Algo inaudito en una sociedad que estaba emplastada de mentirosos y mentiras, desde el portero del viejo concejo municipal hasta la distinguida esposa del gran empresario y su marido; desde el rector de la universidad, hasta el periodista cargado de premios y condecoraciones, todos se escandalizaron con que el teniente coronel admitiera la verdad.
El asunto de la revolución social, en Chávez, de alguna manera devino en revolución moral, en acabar con la mentira, en develarla. Los detractores de Chávez quieren o quisieran que el mundo fuera fatalmente una gran bola de pupú, que el ser humano no tuviera salvación en otra sociedad distinta, para que nos resignemos a vivir bajo el imperio de la mentira, del vicio, del entretenimiento en boberías y del terror capitalistas. Los detractores de Chávez temen que se repita ese instante de la historia donde quedaron desnudos ante el valor de un solo hombre.
El mundo intelectual es propenso a reducir el conocimiento a fórmulas y mecanismo y olvidar el drama humano que lo soporta. Para los intelectuales estos seres “imposibles” como Chávez están en segundo orden después del estructuralismo, el positivismo, inclusive del marxismo, que en su mayoría los usan no tanto como modelos teóricos, sino como un biombo detrás del cual pueden engañar y hablar sin mostrar un rostro humano, como “la voz universal de la sabiduría”, es decir, como la voz de dios; siempre buscan el apoyo y el efecto del “más allá”. Pero en algún momento se tropiezan con alguien como Chávez, un humano excepcional, con hombres verdaderos, como Bolívar, Lenin, Fidel, el Che, y no lo creen; hombres llamados “carismáticos”, para no reconocerles cualidades superiores concretas, valores que todos somos capaces de desarrollar: honestidad, humildad, coraje, perseverancia, humanidad, inteligencia, sentido de la responsabilidad, los cuales se destacan sobre nuestras miserias, también humanas y abundantes… ¡al hombre moral sólo lo llaman “carismático”! Sobre todo en el trabajo intelectual es fácil mentir y mentirse sin que se note.
Fuera Chávez del escenario político, ahora todo el mundo lo juzga por debajo de lo que fue y significó realmente, desde el madurismo y sus “intelectuales a la carta” hasta la derecha y sus “tanques pensantes” tropicales, la mayoría profesionales, tarifados (Cedice libertad y sus “especialistas”). Estando Chávez muerto y enterrado cualquiera se envalentona; después de que la industria y la tecnología militar capitalistas colonizaron al mundo, este subproducto de profesionales tarifados se atreve a descalificar las gestas libertadoras anticoloniales y anticapitalistas, Bolívar, la revolución cubana liderada por Fidel y el Che, a descalificar a Lenin y la revolución Rusa, la lucha palestina y la liberación argelina despachándolas como “errores de la historia”, equiparando a sus líderes con abortos del capitalismo como Hitler y el nazismo, con el mismo fascismo que ellos sí practican pero con otro rostro, el de una libertad que solo conoce esclavitud, ocultando la voluntad y el arrojo de hombres y mujeres, que, frente a ellos solo se desaparecen por lo insignificantes que son, como cucarachas. Ahora cualquier pendejo es un detractor de Chávez, de Bolívar, de Marx, de Lenin, de Fidel Castro.
Hay que volver a pensar al hombre Chávez, dejarse de tantos análisis semicultos que nos distraen de nuestras responsabilidades personales. La revolución de Chávez fue de Chávez, de nadie más, en sentido estricto, y de todos aquellos que la hicieron suya conmovidos por él, con su arrojo y voluntad de cambio, por su honestidad… Más allá, cuando se abandona un terreno que en algún momento fue fértil, solo crece la paja, el gamelote.
¡VIVA CHAVEZ, EL HOMBRE!