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Vencer

Vencer sobre qué, a qué o a quién. No se puede vencer al imperio si su naturaleza nos domina, o al capitalismo actuando nosotros mismos con la mentalidad de un capitalista, por lo menos con sus mismas ambiciones. Tampoco podemos cambiar nosotros aislados del mundo, si no cambiamos nuestro entorno (o viceversa), porque la lucha es una sola, es la economía natural del esfuerzo; hay que hacer las dos cosas a la vez, el método siempre termina siendo una forma de carácter, sus partes se funden en una «actitud». Pero primero hay que responder a la pregunta: vencer a qué o a quién, si no tenemos esto claro es inútil siquiera pensar en eso.

La revolución se acaba realmente cuando se hace un discurso y nada más. La revolución se apaga cuando el discurso crece mientras “la actitud” decrece, el tonto se queda resolviendo el mundo construyendo edificios de palabras, que se van elevando y elevando soltando un lastre de sentidos, hasta que estas se pierden, como un papagayo sin hilo llevado por el viento, palabras llevadas por el viento y nada más. En ese momento ha muerto la revolución, y también el discurso de su sentido.

Por eso se dice que la revolución es permanente, porque es “una actitud” de cambio, una disposición que sin ella nos hubiéramos quedado en el “aparato”, en un estadio primitivo de la evolución. Podríamos decir que ella es la actitud humana más desarrollada, la que cobra más sentido en el ser humano, la actitud de cambiar y perfeccionarnos constantemente.

Igual pasa con la revolución socialista, no sólo social sino socialista. Un socialista se hace así mismo a partir del ideal socialista, a partir de un discurso, de una reflexión, se trata de un producto humano racional y moral a la vez, un esfuerzo, una lucha en contra de nosotros mismos, que se da en el espíritu y en la acción.

También lo que somos, lo que queremos cambiar en nosotros, es producto de una racionalidad infligida, hecha carne y espíritu con dolor y muerte, con violencia, tortura, crueldad. Para arrodillarnos hoy frente la imagen del hombre torturado y crucificado; sentir piedad, culpa y pedir perdón por gustar de la vida y sus frutos, tuvo la iglesia de Pablo que torturar, asesinar y quemar a mucha gente inocente.

También lo que somos es producto de una racionalidad, de una acción positiva humana, no es del todo “natural” o connatural con la humanidad. Lo único natural en ésto es la capacidad humana de infringir dolor y soportar dolor. Frente a esta inclinación de la humanidad, el socialismo hace de contra peso, es una forma de proteger a nuestra especie de su fragmentación y disolución definitiva, de balancear nuestros instintos, equilibrar los extremos que se han desplazado hacia un solo lado, el de la destrucción y la muerte sin un sentido trascendental, sin una razón que la justifique, que sea vital para ella, para nuestra especie.

Fuera de la humanidad nada existe, somos esclavos de nuestra propia condición racional y de nuestra propia consciencia, además casi que los únicos responsables de nuestra propia destrucción.

Vencer es vencernos a nosotros mismos sosteniendo el equilibrio como un volatinero sobre su línea, entre la vida y la muerte, el socialismo es esa cuerda, el socialismo señala el reto: la dirección hacia un ideal y el cómo sostenerse andando el camino, el paso a paso, sin perder el ritmo de avance y el equilibrio.

¡Venceremos!, es vencer en cada momento de nuestras vidas.

¡PATRIA SOCIALISTA O MUERTE, VENCEREMOS!

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