Los trece años de revolución chavista fueron positivos vistos desde distintos ángulos. Como revolución hubo un perfeccionamiento. En la conciencia social hubo avances, y una significativa prosperidad material sobre todo en las clases más pobres.
En lo político hubo un primer momento que lo podemos calificar de desengaño, cuando la derecha infiltrada, confiando en la ingenuidad del líder quiso embaucarlo con un gobiernito títere de oportunistas. En ese primer período se cuenta el golpe de Estado frustrado y el sabotaje petrolero. Este sería un período de búsqueda y ajustes políticos, de pruebas podríamos decir. Hasta el 2009 dónde Chávez asume el socialismo científico, Marx y Lenin, para apuntalar el bolivarianismo y adelantar los cambios revolucionarios. Luego vino la enfermedad y el Plan de la Patria, la lucha interna del comandante en contra del burocratismo, el reformismo y toda clase los flojos, oportunistas y aduladores.
En términos prácticos en esos trece años se mantuvo la tensión revolucionaria del pueblo chavista y su entusiasmo, con el cual acompañó al líder y a su gobierno para los cambios que se hicieron. Un entusiasmo que duró mientras estos se hicieron; hoy nadie marcha sin que lo manipulen, lo arreen, lo chantajeen o le paguen.
El punto central es que en esos trece años se avanzó, lento, a veces más rápido, a veces se retrocedió un tanto, pero en términos generales siempre se avanzó, porque hubo un auténtico líder y una estrategia clara. Primero hubo que “aclarar la estrategia”, y luego definir el socialismo como la estrategia nacional, la estrategia de cambios profundos para nuestra sociedad; “ir en contra de la lógica del capital”, como lo indica el Plan de la Patria original, en su presentación y en su texto.
Sin embargo, en los años de la enfermedad de Chávez, cuando el líder comenzó a ordenar e inventariar los logros alcanzados (hacer control de daños), y a definir el plan de acción socialista, la resistencia interna al socialismo – ya anunciado por Chávez – se hizo más fuerte. Fue entonces cuando muere asesinado.
Desde su muerte se comenzó a desmontar todo lo hecho en revolución de forma disimulada y no tanto, más o menos metódica, pero la mayoría de las veces a punta de trancazos y contradicciones, siguiendo un camino trazado por las ambiciones personales y la ineptitud, sin estrategia, sin norte social, y sin otra motivación que la de resolver el día a día, el diario del gobiernito, dando tumbos como los borrachos, “como vaya viniendo vamos viendo”…, dentro de la lógica del capitalismo pero confrontando a todas las clases sociales, y a la vez repartiendo la renta y a halagando a todas las clases sociales, con el lema de que “en Venezuela cabemos todos”, explotadores y explotados.
En estos seis años, luego de la muerte de Chávez y su revolución, se despilfarraron nuestros ahorros, y la renta petrolera para captar lealtades en todas partes y disculparse de las ideologías, de los compromisos políticos y sociales. Luego a degollar la gallina de oro, desmontar a PDVSA – sin pensar en las consecuencias que esta locura acarrearía en la sociedad y para la economía del país en general, para sostener la burocracia estatal, por ejemplo –. Al vaciar nuestras cuentas y quebrar a PDVSA se procede a vender el país a pedazos, a entregar al arco minero, a rematar la petrolera, privatizarla, junto a la CANTV, Corpolec, el Metro de Caracas…, que están en la cola.
En unas jugadas osadas el madurismo logra desmontar el orden institucional, cuando sufre una derrota electoral fulminante. Para eso se vale de un formalismo ridículo y de una constituyente, convocada por el presidente de forma inconstitucional, apoyados en el juicio de un traidor a Chávez como lo es el señor Germán Escarrá y la manipulación de sus menguados electores. Desde entonces las nuevas instituciones (la Constitución bolivariana, por ejemplo) junto a las viejas burguesas, junto a los poderes públicos y el insipiente poder popular, han sido secuestradas por el ejecutivo nacional y la Asamblea Nacional Constituyente, la cual, a su vez, está confiscada por el mismo ejecutivo y la dirección del PSUV (fuera de Diosdado Cabello no existe nadie que pueda desmentir ésto).
Hoy, en el 2019, el poder del madurismo irresponsable se sostiene a punta de mentiras y engaños, con chantajes, sobornos y toda clase de mañas. Hace solo dos años EEUU comenzó a sancionar económicamente al gobierno y al país, pero esto ha sido suficiente para que Maduro dolarizara la economía quebrada, y el madurismo justifique ahora todo el despelote institucional, la anarquía repartida en casi todas las oficinas del Estado y los servicios públicos. El despelote institucional es una concesión del ejecutivo a los burócratas disipados, para que ejerzan la coerción y el chantaje libremente. Todo acto oficial tiene una tarifa, un costo; cualquier trámite, cualquier gestión depende de gestores que están dentro de la misma administración; cualquier puerta puede ser una alcabala, cualquier bien público puede ser un negocio particular… Y todo “a causa de las sanciones económicas impuestas por EEUU”.
Lo que en tiempos de Chávez hubiera sido un acicate para la disciplina y la lucha revolucionaria, en tiempos de Maduro es una oportunidad para explotar a la sociedad, hacer trampas, hacer dinero, ofrendar a la burocracia civil y militar con la libertad de hacer lo que quieran en sus pequeños feudos, para su propios fines y provechos.
Son seis años de estrago total, de mensajes contradictorios y confusos – diría Marx, seis años “ejecutando todos los día un golpe de Estado en miniatura”, en vez de cambios en el sistema –, esto no puede dejar nada bueno en la sociedad sino desconcierto. Por lo menos, en esos cuarenta años miserables de democracia burguesa adeco-copeyana, estuvo claro para los revolucionarios quién era el enemigo de la sociedad, y del pueblo pobre en particular: donde estaban los ricos y quiénes éramos los pobres, sus enemigos naturales. Hoy no se sabe dónde están los revolucionarios y dónde los enemigos de los trabajadores y pobres de este país, en una lucha anárquica inducida por personas caprichosas, infames y crapulosos. Vivimos en una guerra de “todos contra todos” y dentro del “cambalache” moral propinado por el lucro, como aquel tango de Santos Discépolo. En esta indefensión moral e institucional somos un caldo de cultivo para el fascismo… O, dependiendo del desenlace, hasta ahora incierto, de esta transito regresivo madurista, quizás haya la esperanza de que emerja de nuevo del torbellino la revolución socialista y chavista con más fuerza y claridad que antes. Para atrás, ni para coger impulso.