Una sociedad funciona por medio de la política, alguien definió la política “como el arte de conducir a las sociedades y la pugna por esa conducción”. Se puede deducir la calidad de una sociedad por la calidad de su política, se reflejan, una es imagen de la otra.
Una sociedad relativamente estable tendrá una política relativamente estable que la acompaña, así, por ejemplo, puede gobernar, conducir una monarquía sin mayores conmociones, o quizá sea un sistema democrático burgués donde se sucedan elecciones cada cuatro o cinco años, la alternabilidad ocurra sin mayores sacudidas; en estos casos las masas están narcotizadas, no participan más allá del simulacro de las elecciones, no son masas actuantes. Aunque también puede ser una fuerte dictadura la que aporte la relativa estabilidad.
Al contrario, una sociedad inestable, convulsionada será acompañada por una política con las mismas características. Hablamos de estabilidad relativa dónde las tensiones propias de una sociedad dividida en clases no alcancen la forma política, no pasen de ser rebeldías que no ponen en peligro la continuidad de la conducción social. La dirección social está capturada por una clase y esa conducción no peligra… “por ahora”. Con lo anterior en mente hurguemos en la realidad venezolana. Veamos.
La democracia burguesa, la cuarta república que sustituye a la dictadura agotada de pérez jiménez se estabilizó con la derrota de la insurrección armada. Los insurrectos con honrosas excepciones, entraron en el juego de la democracia burguesa, contribuyeron a su aceptación como forma de conducción social, de estabilidad, de esta manera la política y la sociedad entraban en armonía. La democracia burguesa en su versión de país petrolero se agotó hacia el final del milenio, ya no podía conducir, perdió gobernabilidad, las cuentas no saldadas eran un bulto muy pesado en sus espaldas, la deuda social la agobiaba, el liderazgo perdía aceleradamente credibilidad.
En ese pantano surge Chávez y se reconstruye la armonía entre política y sociedad. El país la política regresa al campo de la realidad, la disputa por el poder es real, dos proyectos entran en batalla; la conducción de la sociedad es también real, la masa actúa, está involucrada. Asesinado el Comandante se pierde la estabilidad, las masas se apartan de la política que ya no es creíble, la concordancia sociedad-política se fractura, la apatía impera. La gente abandona el país hacia afuera, se van por millones, y hacia adentro, se propaga el individualismo, la desesperanza, la apatía.
Después de siete años de destrucción espiritual y materia nos encontramos con un desmontaje de la política, reducida a protestas economicistas a pedidos tímidos de solución de problemas locales, y una acción de gobierno cada vez más ajena a las masas confinadas a unas elecciones que perdieron su magia, no movilizan. La pugna de dos proyectos antagónicos por la dirección del país no existe, la política agoniza. Unos, esperan que los marines le resuelvan lo que ellos no se atreven, los otros, maduristas, oportunistas, se limitan a un simulacro de gobierno que sólo relata todas las noches los números del desastre que ya no pueden ocultar. Otros, pusilanimes con más deseos que realidad apuestan a unas elecciones opiáceas que tiene como meta adormecer más a la masa ya anestesiada.
Y llegamos a un convencimiento: la dominación capitalista tiene como condición la neutralización de la capacidad política actuante de la masa, y, en contraste, la política revolucionaria tiene como condición la participación actuante de la masa en la disputa por el poder. Hoy es necesario despertar a la masa, que regrese a su papel de factor político, que actúe, y para eso es necesario acciones de disputa de poder, instrumentos de poder, vocación de poder, que rompan el cerco de las elecciones opiáceas, y movilicen a las masas devolviéndole la esperanza en un cambio, tan necesario cuanto posible…
¡PATRIA SOCIALISTA O MUERTE… VENCEREMOS!
¡SIN SOCIALISMO NO HAY INDEPENDENCIA!