La Humanidad, como si fuese un presagio, se va acostumbrando a la guerra de turno y a la amenaza nuclear que ellas involucran. Ucrania, Gaza, Corea, Taiwán ocupan el indecoroso lugar de la guerra de turno.
La gente, los medios de desinformación, tratan estos nefastos eventos como sucesos aislados; se hablan de los bombardeos, de las víctimas, de los hospitales destruidos, de los horrores cometidos por un bando y respondido con más horror por el otro bando, y no falta como la culminación del conflicto las amenazas de bomba atómica. Esa visión parcial, focalizada, la falta de relacionar los eventos impide ver el rumbo, el movimiento global de la historia.
Si ampliamos la visión, si consideramos el problema guerra más allá de lo local, nos toparemos con una verdad espeluznante: “la Humanidad fragmentada resuelve sus problemas con la guerra, esto es una verdad irrefutable, y debemos añadir dos características. Una, cada vez más aparece en escena el arma nuclear, y cada vez la Humanidad fabrica más bombas atómicas. Con este paisaje enfrente, no es exagerado vaticinar que nos acercamos a un conflicto nuclear, todo está servido, sólo falta un loco que pulse el botón rojo.
Entretanto el mundo se preocupa por nimiedades locales, se distrae, entre las noticias de farándula política, deportivas, y de las guerras como sucesos locales. El peligro real, evidente, permanece oculto.
¿Qué hacer?
Debemos ir a la raíz del problema: todos los países que hoy amenazan con guerras son capitalistas, imperialistas. Y las guerras tienen como causa los intereses de estos países, de las compañías transnacionales que representan; en palabras directas, pelean, más allá de las excusas, por sus ganancias, por mercados. Las guerras son la expresión elevada de la competencia comercial entre los capitalistas. Y allí está identificada la causa del problema. Por supuesto que los capitalistas tratan de ocultar esta realidad, inventan teorías para evadirla, se habla de predisposición genética a la violencia. De esta manera condenan a la Humanidad, a la vida, a la extinción. Nosotros, junto a los clásicos, creemos que el hombre no es una pasión inútil, no está condenado, hay esperanzas.
Esta condición guerrerista se origina, ya lo vimos, en las relaciones sociales capitalistas. Y allí está la solución: se deben cambiar las relaciones sociales capitalistas que llevan al hombre a la extinción.
La solución es el Socialismo. No se trata de un asunto meramente político, de la sustitución de un gobierno por otro, se trata de la vida de la especie; o cambiamos la relación social, o seguimos caminando hacia la sepultura, y no es consuelo pensar que para eso faltan muchos años, eso sería un error y una irresponsabilidad. Hoy se juega el destino de los nietos. En pocos años, ese es el rumbo, el loco del teléfono rojo, que es personificación del capital, pulsará el botón. No podemos dejar a los nietos un mundo con esa amenaza real sobre su existencia.
Y Venezuela no se queda atrás; aporta su contribución al desastre, la disputa del Esequibo amenaza de convertirse en la guerra de turno, ya los gringos aparecieron en defensa de sus transnacionales, no faltará quien quiera pescar en río revuelto. Como dice Marcos Luna, hace falta Chávez, el chavismo, para darle al conflicto su dimensión de Humanidad, para convertir al país en un factor de solución al peligro de la extinción de la vida.
¡CHÁVEZ, HUMANIDAD!