NO podemos repetir el pasado, pero sí cancelar lo que en él hubo de inconcluso. No podemos despertar el fantasma del 4 de febrero de 1992, ni repetir el camino de Chávez volviendo al Libro Azul y al Árbol de las tres raíces, porque ahora sería de muchas raíces. Pero sí podemos y debemos completar el suceso que significa el Plan de la Patria original de Chávez, contar con él para llevarlo a la práctica y desarrollarlo según el espíritu de la revolución, no para apagar el fuego de la revolución. Lo que queda por hacer, el porvenir, es el motor de la revolución, no lo pasado. Del pasado tomamos la herencia moral o espiritual, del pasado la tradición revolucionaria no los episodios, o los nombres, los trajes, las maneras e incluso el lenguaje; del pasado sólo beberemos el espíritu de nuestros héroes, lo demás sería falsificarlos usando a un fantoche, poner en escena una farsa de un pasado trágico, como diría Marx.
Hablar como Chávez y gesticular como él no lo trae a la vida, el espíritu revolucionario que poseyó a Chávez es lo que interesa, esa inteligencia puesta al servicio del futuro y los cambios. Revivir el fantasma para regresar al pasado es una payasada. Sin embargo su pueblo lo quiere traer a la vida de cualquier manera, así sea en lo externo o aparente, y de eso se aprovecha una inteligencia delictiva la cual para lograr sus objetivos mezquinos se vale de los ojos de Chávez, de su voz, de su imagen, los malhechores lo usan como estandarte y escudo moral para sus fechorías…
La constituyente de Maduro tuvo como fin compensar el fracaso del gobierno en las elecciones parlamentarias, retomando el control a través de un micro golpe de Estado al poder legislativo, vestidos de magistrados y legalistas. Es obvio que luego fue aprovechada esa Constituyente, también, para la restauración capitalista y para sostener suspendida la Constitución de 1999 con la amenaza de redactar otra nueva, según como convenga al poder madurista.
Es indiscutible que nada tuvo que ver con hacerle enmiendas para radicalizar más la revolución socialista, como lo quiso Chávez. Fue una salida política desesperada, una improvisación, una inspiración del momento para salir del atolladero de la violencia, sin tener que recurrir a medidas económicas radicales y sin tener que cederles espacio político a la oposición y al chavismo, al que reclama socialismo; fue un cambio para no cambiar nada. La convocatoria a una constituyente en 1999 se repite en 2018 pero con un espíritu torcido, contrario, se convoca, entre otras razones pragmáticas, para restaurar el pasado, con el espíritu de conservar las maneras y los viejos vicios de la socialdemocracia. No se usa para el cambio sino para frenarlo y revertir el movimiento hacia atrás.
A esta fecha la Asamblea Nacional Constituyente no ha hecho otra cosa que suplir a la otra, a la Asamblea Nacional, en todas sus funciones regulares de aprobar leyes importantes, nombrar y elegir magistrados, rectores, etc., pero adeptos al madurismo y a favor de sus intereses. Si tan solo esos diputados supieran el poder que tienen en sus manos y la posibilidad de cambiar el destino de la revolución. Pero, están pagados, como buenos clientes del ejecutivo y del partido, controlados por el madurismo. Pasarán a la historia como tontos útiles, borregos en un redil, manipulados o comprados por un grupo de farsantes; no es una buena reputación la que les espera.
El madurismo hizo lo mismo con el Plan de la Patria. No pudiendo cambiar el plan de Chávez, lo falsificaron. Para luego, sin haber cancelado – ni siquiera – el falso, redactar otro distinto con el mismo nombre pero con el número II. El fantasma del pasado se les impuso en lo aparente, tuvieron que mantener el título de “Plan de la Patria” en otro plan que va por el camino contrario del original. Vergüenza y miedo de abandonar la sombra de Chávez y perder el apoyo popular chavista, y mucho miedo a la revolución y perder el apoyo de los capitales y los capitalistas. El madurismo no suma la suficiente fuerza popular para sostener el gobierno, por eso necesita mentir, mimetizarse, usando a Chávez como estandarte y a la vez comprar aliados dentro de la clase empresarial con petróleo y negocios de todo tipo, privatizando el Sistema Eléctrico Nacional, la CANTV, el Metro de Caracas, los Peajes, privatizando ciudades enteras entregándoselas a operadores turísticos, hoteles, playas etc…. Promesas y hechos, para ver si se mantienen en el poder más tiempo, o así tengan que aplicar la fuerza de la represión hacia el eslabón más débil, el chavismo…
Todas las instituciones, nuevas y viejas, han quedado huérfanas de revolución, se asimilaron al viejo sistema, atestadas de “clientes” del gobierno y del partido, cobrando, dentro de ellas, sus lealtades, con influencias, malversación y robo de la “cosa pública”. El avance hacia el socialismo murió con Chávez y de lo implantado solo quedaron nombres, edificios, letra vacía y tonterías lingüísticas, usados como camuflajes a la restauración socialdemócrata, al neo adequismo madurista. Muerto Chávez hubo un ejército invasor (y esto es literal) en los ministerios más importantes y con más influencia en nuestra economía (petróleo, finanzas, ambiente, turismo, tierras), en el banco central, en el partido, en las misiones, dispuesto a desmontar todo lo que oliera a revolución y socialismo. Y los hizo. Hasta la misma imagen de Chávez fue retirada de las paredes…. ¡El madurismo!: una parodia de Chávez y su espíritu de lucha revolucionaria, hecha por malhechores, por actores de tercera categoría; representa el pasado. El plan de la Patria, el original, la herencia del espíritu revolucionario y socialista de Chávez; representa el futuro.