El país aún está desconcertado por el tremendo impacto que sufrió con el asesinato de Chávez, y por la conducta del que traicionó la confianza del Comandante: lo dejó encargado del sueño y lo transformó en pesadilla.
Nos sumergimos en el pantano del apoliticismo; el desencanto es general, millones se desentendieron de todo y, huyendo, quisieron evitar el dolor material y espiritual del desconcierto, del amanecer en tinieblas, sin sol, sin esperanzas. Ahora no está Chávez, la pasión de pertenecer a un proyecto humanista fue sustituida por un bono que gotea como doblan las campanas llamando a difunto, tan, tan, tan… En silencio, la inacción acompaña al cortejo fúnebre que lleva a la Patria a su disolución definitiva. La virilidad del presidente fue trocada por la payasería de los gobernantes de hoy, el congreso es un chiste, Miraflores una mala telenovela, un cuento mal contado. La gente salió de la escena, sólo aparecen contingentes en tristes procesiones; la política se reduce a las aburridas peroratas de los programas de la televisión que nadie cree, o los disparates de los voceros del alto gobierno.
Es cuando el viento deja de soplar que se prueban los hombres, se diferencian los oportunistas de los verdaderos políticos, de los revolucionarios. Antes, con el viento a favor, hasta los morrocoyes volaban; antes, con el viento a favor de Chávez, cualquier gallina cantaba como gallo. Pero, cuál es el papel de los chavistas ahora que el Orinoco dejó de correr, cuando las aguas heladas del cálculo egoísta dificultan la acción política. En estas circunstancias, la victoria será de los que no actúen a la ligera, de los que piensen, de los que sean capaces de dar los pasos necesarios. Veamos.
Debemos aprender del capitalismo, ducho en derrotar revoluciones: el primer paso que dan los capitalistas es desacreditar la teoría revolucionaria, van directo contra la idea socialista, dicen: «el Socialismo es culpable», «el Socialismo es inútil, inoperante, es infernal». Al servicio de este paso está el poderoso sistema de comunicación, de deformación capitalista, la televisión, los diarios, la educación. El segundo paso es desprestigiar a los dirigentes socialistas, perseguirlos, asesinarlos, de esa manera impiden la construcción de una vanguardia. El tercer paso es protegerse de las acciones revolucionarias, para eso usan sus fuerzas represivas, sus organismos de inteligencia.
Allí están los pasos dictados por los mismos capitalistas, ellos tienen fino olfato para detectar lo que les hace daño, no gastan pólvora en zamuros. No hay que desesperarse: lo primero, lo fundamental de la lucha revolucionaria debe ser la lucha de ideas, la defensa del Socialismo, aquí no hay atajos, no hay disfraces. Se debe ser Socialista por la calle del medio, difundir la idea Socialista como la única vía de salvar a la humanidad, de construir un país donde reine la fraternidad, la relación amorosa, donde verdaderamente exista una sociedad que se importe por el bienestar de sus miembros y donde los individuos se importen por el bien social.
El segundo paso debe ser proteger a sus líderes, protegerlos físicamente y espiritualmente, de la mano asesina de la represión y de las garras malignas del aparato ideológico, de comunicación, de deformación. Un gobierno capitalista se sostiene más en su aparato ideológico que en su aparato represivo, cuando éste es derrotado el gobierno se derrumba, sin derrotar a su aparato ideológico toda victoria será efímera.
El tercer paso debe ser la acción revolucionaria, ésta debe ser un mensaje para las grandes masas, exponente del pensamiento, del programa, del alma revolucionaria. Ser síntesis del pensamiento revolucionario, generar futuras acciones, motivar a las masas dormidas, asombrarlas. La acción debe ser como un rayo, un relámpago en el cielo encapotado de oportunismo, de egoísmo, de la política prostituida.
No hay revolución sin triunfo ideológico, sin teoría revolucionaria, sin vanguardia revolucionaria, sin acción revolucionaria, en eso no hay atajos.