La entrevista de Vladimir Villegas a Rafael Ramírez no se puede calificar de complaciente con el entrevistado. Fue muy buena porque aclara mucho lo que significa el trabajo técnico frente al trabajo político; es decir, cómo lo técnico a veces desborda lo político y viceversa, cómo lo político se adelanta a lo técnico y lo técnico puede frenar los avances políticos. Se trata de entender, cómo una corporación petrolera, con una estructura administrativa y jurídica que obedece a la producción y comercialización de un producto de altísima demanda mundial, donde su existencia depende de abastecer esa demanda y competir con eficiencia y calidad, y a un modelo político acorde con tal fin…, encaja en otro modelo político distinto, inverso, revolucionario, el cual impulsa valores que en buena parte entran en contradicción con su naturaleza corporativa. Eso fue lo más significativo de las respuestas dadas a Villegas por sus inquisidoras preguntas a Ramírez.
Resulta que muchos esperaban que Ramírez se enfrascara en discusiones técnicas estériles sin mirar el contexto político de conjunto, a pesar de que contestó todo y con propiedad. Tanta paja sobre la dialéctica y ninguno de sus críticos más feroces la usan, o la entienden. La industria petrolera dentro de una revolución obedece a la revolución y su doctrina, no a principios técnicos, jurídicos y administrativos incuestionables, vistos como anteriores a la razón humana, a prejuicios respecto a normas obsoletas.
La industria petrolera con Chávez, después del paro petrolero se puso al servicio de los cambios y de la revolución, pues su valor y utilidad pasó al servicio de toda la sociedad, empezando por los más necesitados. Pasó a servir, de una clase privilegiada y petulante a la sociedad; eso fue doctrina de la revolución, para Chávez, Ramírez y para todos los que la apoyamos. Si alguien quiere juzgar a Ramírez en su desempeño, como ministro o vicepresidente de economía, lo debe hacer desde el punto de vista político revolucionario, pensando en Chávez y en una revolución, en su actuación dentro de esa doctrina, sopesar su calidad revolucionaria…, no comparándolo con la miseria de los que todos somos como seres insatisfechos dentro una sociedad decadente y corrompida (es fácil decir que Chávez estaba loco, cuando se es un insatisfecho cobarde)
¿Cuál fue la prioridad?: tomar el control de la industria, de todas sus decisiones operativas, ponerla al servicio de las políticas del nuevo Estado, de un Estado en construcción. ¿Para qué? Para potenciar los cambios y planes nacionales de desarrollo, pero dentro del marco de la revolución social. Plan de soberanía petrolera, de soberanía alimentaria, financiar las misiones sociales para ir desmontando poco a poco el Estado burgués; confiscar empresas abandonadas y convertirlas en propiedad social. Ir cambiando la burocracia burguesa paso a paso –unas de las demandas más fuertes hecha por la oposición en tiempos de Chávez fue la de incorporar las misiones sociales a la vieja burocracia, con la excusa de su control administrativo contable, y por supuesto, político; es decir, para burocratizarlas e incorporarlas al mercado de cargos del viejo Estado, al sistema democrático clientelar, donde los diputados, aun siendo de la oposición, vieron un gran “nicho”, “a futuro” –.
PDVSA se tenía que unir a esos nuevos cambios, por ser una organización llena de técnicos y de experiencia administrativa, de métodos organizacionales súper comprobados, pero nunca puestos en práctica en la administración pública, además de contar con el dinero necesario para potenciar esos planes. PDVSA se incorporó a la revolución con la participación de mucha gente política, técnicos muy preparados y técnicos muy profesionales y decentes (Jesús Luongo es un técnico petrolero que tiene muchos más momentos intensos de felicidad en su vida que Maduro o el muchacho de Guaidó, que no creen en nada ni saben hacer nada útil para nadie); no solo fue, como dicen los censores más mezquinos, un centro de corrupción, una rebatiña de dólares entre marginales envidiosos, o aprovechados, según sea el caso.
Pero sería bueno debatir el tema de la corrupción, sobre todo con todos aquellos que no se han visto tentados con el chorrerón de dólares y bolívares que han pasado por los presupuestos y administraciones de la empresa y otras instituciones del Estado.
En la época de Chávez y de Ramírez, por un administrador en PDVSA que no cayera en la tentación de robar, valía la pena seguir adelante; aquellos fueron tiempos de verdaderos desajustes. Inclusive, en esos años, que un administrador fuera eficiente, un ingeniero o un abogado, a pesar de que robara alguna vez, valía mucho más, era más indispensable –merecía ser captado para la revolución – que tres críticos moralistas de la fatídica izquierda (pcv, psuv,ppt, mep, etc…), defensores de normas ridículas vinculadas al legalismo burgués (incapaces de pensar más allá de sus prejuicios y celos pequeñoburgueses) y colocarse por encima de las necesidades de muchos: hablamos del resto de un país abandonado.
Una empresa llena de vericuetos legales y administrativas, y con un fuerte espíritu pequeñoburgués, manejando mucho dinero, fue muy difícil emparejarla con los principios éticos y morales de la honradez y la honestidad, mucho más difícil con los de la solidaridad y la igualdad (por ejemplo, convencer a los gerentes de PDVSA que almorzaran con el resto de la población de empleados y trabajadores fue muy duro, imagínese convencerlos de nivelar sueldos, beneficios laborales etc., al resto de los empleados y obreros… o para que coadyuvaran en atender a los refugios y refugiados de PDVSA cuando el segundo deslave… –mi reconocimiento a todos los que trabajaron en favor de estos hermanos excluidos y olvidados –…).
Lo mismo pasa con aquellos que sí han sido tentados con tanto dinero y sin embargo, siguen apoyando el desastre de la empresa en ruinas y del país en ruinas, mientras critican a Ramírez, sin haber hecho nada por la revolución, más allá de marchar y emborracharse en las tascas de La Candelaria.
Difícil que Ramírez no se quisiera defender de las calumnias sobre su persona como administrador, y como político, cualquiera lo hace. No obstante demostró en esa entrevista tener el temple suficiente para responder por la revolución y por Chávez, sin caer en la trampa de personalizar la crítica y disculpar sus errores fuera de la revolución. Por parte de Villegas, fue una entrevista periodística buena, la cual duró más de una hora, haciendo el trabajo que ningún periodista, hasta ahora, se atrevió hacer (ni siquiera el señor Walter Martínez). No fue una interpelación policial, porque ahí, frente a él, también estaba sentado un líder político, y Vladimir lo reconoció así. Tampoco fue la complaciente “puesta en escena” de media hora, como la que su hermano Ernesto, el ministro, la cual produjo para que Maduro se exculpara de todo, imputando a Ramírez y al imperio de sus errores y todas nuestras desgracias.
Mucha envidia y mucho resentimiento, mucha mezquindad hay en los corazones que no reconocen lo positivo hecho por Rafael Ramírez (y Chávez) en favor del país y de la revolución. La distancia para ver el signo de los tiempos es temporal, pero necesita de la consciencia, procesar correctamente, ver desde la montaña, como el águila, como los hiperbóreos, como un Zaratustra.
Rafael Ramírez es la representación de un signo positivo del tiempo que le tocó vivir y nos tocó vivir, descalificado por seres mezquinos que lo redujeron al hombre vulgar que todos somos, y que él puede ser; no pudieron ni pueden ver en él algún sacrificio personal a esa vulgaridad que nos hermana, ver desprendimiento, sino la misma astucia y oportunidad de siempre de la cual somos esclavos todos casi siempre. Así mismo Maduro es otro signo del tiempo que vivimos, y un símbolo pero negativo, el símbolo de la comodidad, de la resignación, de la complacencia, de la fatalidad capitalista.
Ahora más que nunca ¡Viva Chávez! ¡Patria socialista o muerte… Venceremos!