En Venezuela vivimos un país de fantasías, un extraño mundo donde la realidad es sustituida por el espejismo colectivo, y lo colectivo estalla en millones de republicas individuales en guerra permanente. ¿Cómo explicar este nopaís? Lo racional será poco, las verdades económicas, los gráficos de indicativos, todo será corto para explicar este absurdo mundo donde cualquier trastada puede pasar. No obstante, Intentemos una imagen, por supuesto incompleta, con la historia de un billete de veinte dólares, y su derivado el pellizco del elefante.
La historia la cuenta un hombre de unos cincuenta años, zapatos deportivos desgastados, mascarilla sucia, camisa por fuera, camina junto a decenas de sus compatriotas que pretenden hacer vida en el vecino país y se aproximan a la frontera. Este hombre que llamaremos Julio pero podría también llamarse Ernesto, le explica a su compañero de viaje, el momento cuando cayó en cuenta que debía abandonar el país.
“El billete me lo mandó en remesa un colega economista que tengo en Islandia. Contento con mi billete de veinte dólares fui a comprar un medicamento a la farmacia de la esquina.
-No hay vuelto -dijo la cajera-
-entonces, ¿qué se puede hacer?-
(El costo del remedio eran diez dólares)
-llévalo a veinte –respondió-
-pero no necesito más nada –no quería perder mi querido billete-
-No se puede hacer nada…
Salí de la farmacia asombrado, paso por la panadería y tampoco hay vuelto, veinte dólares de pan es mucho, salgo sin saber qué hacer con el billete, me siento rico y pobre a la vez, con dinero y con hambre y sin poder comer. Me voy a un restorán y pido el presupuesto para un almuerzo, son veinte dólares y una diferencia de tanto, no tengo bolívares, le respondo, No se puede hacer nada. Salgo con hambre pero con dinero, el billete se resiste a servir como instrumento de cambio.
Pero no todo está perdido, tengo una deuda con un profesor que le dio clases a una hija y son veinte exactos, me dirijo a su oficina y le pago, salgo contento, conseguí vencer al billete. Tres días después me llama el profesor, por favor cámbieme el billete que nadie lo acepta, no tengo más billetes, no importa se lo devuelvo y me paga otro día con un billete que acepten. Me lleva el billete a casa.
Vuelvo a la calle buscando donde colocar el billete. ¡Maldición! una alcabala, el policía me detiene, me pide la cedula, aquí está, me pide los papeles del vehículo, aquí están, me pide la licencia, está vencida, estaciónese al lado voy a llamar la grúa. Me asusto y le digo como podemos arreglar esto, Ud. dirá, tengo aquí veinte dólares, dámelos con disimulo, me fui contento, finalmente alguien acepto el billete. Ese fue el pellizco del elefante”.
El pellizco de elefante rompe las leyes económicas, ni Marx, ni Ricardo, ni la actual ministra de economía lo pudieron predecir, supera la ley del valor, reforma el concepto de plusvalía, es algo viejo que ahora se hizo ley, el gobierno lo llama la “iniciativa económica popular”, no hay actividad económica que escape al pellizco, todo en Venezuela va picado, desde un alto contrato, hasta la venta de una empanada de carne sin carne, todo deja en el camino su extra.
Por eso me vine para no volverme más loco, el realismo mágico de García Márquez se quedó corto, aquí se acabo el realismo, la magia mala maligna se lo trago, lo que queda es una especie de aberración mental, o algo parecido, creo que pocas veces en la historia de la humanidad se presentan estas dislocaciones.
El caminante no deja de tener razón, este testimonio sacado de las entrañas de la vida real nos ilustra de la demencia que padecemos…