La indiferencia se hace tan abstracta como la democracia. En el discurso politiquero se muta en preocupación y se denuncia con aparente indignación y dolor. El indiferente vive de ostentar lo contrario a ella. En el Zulia, la señora Alicia es abandonada como “la perrita flaca de Chávez” a la vista de muchos, de todos, pero es más redituable para el gobernador hablar de los avances en el proceso de vacunación con la Sputnik que atender y resolver el problema de abandono de un ser humano concreto, real, que yace vulnerable y depreciado en la calle.
Cuando hay que hacer las cosas se hacen, y si se hacen bien los resultados se ven, se sienten, no hace falta redundar en eso diciendo –“viste, pintamos, limpiamos y embaulamos las aguas negras”, instalando un cartelón enorme con la cara del gobernador. Cuando se hace revolución no hace falta decirlo, tal y como lo describe Amaranta Rojas en su último escrito, con el ejemplo de los niños de la calle. En tiempos de Chávez no se veían tantos niños en las calles mendigando o vagando, se hacían las cosas; cuando mucho, Chávez presionaba en un Aló a algún ministro para que se hicieran bien o más rápido. Pero, como ahora hemos vuelto a retomar el estilo adeco-copeyano, la publicidad y el discurso politiquero son los sustitutos de la realidad; la indiferencia se enseñorea disfrazada de preocupación. Esto dice todo acerca de la calidad política y moral de un gobierno.
El otro aspecto de la indiferencia es el que toca a la calidad humana de nuestra sociedad. El destino de Alicia, de 55 años y abandonada en la calle, no es solo asunto de la gobernación del Zulia, debería ser de todos. Un verdadero pueblo no abandona a sus desvalidos, a sus niños y ancianos. Cuando hay sentido de pueblo la sociedad cuenta con un sistema de valores que incluye el preocuparse de su gente: lo hacen los creyentes cristianos, el pueblo musulmán y el islam, el budismo, ¡el socialismo! Pero para que eso sea cierto o posible debe estar interiorizado en cada quién como práctica de vida: un pueblo debe estar educado.
Lamentablemente nuestro pueblo se ha diluido en los valores del individualismo mezquino, nuestra sociedad está educada por el mercantilismo, por el capitalismo. Partimos del principio de que el mundo se divide en gente víctima y gente victimaria, en pendejos y vivos, pícaros y crédulos cándidos –“¿Por qué me voy a preocupar por Alicia, si nadie se preocupa por mí?” –dice el pícaro –, el sentimiento de ser “víctimas de la sociedad” nos convierte en victimarios de los otros, la indiferencia se convierte en un valor positivo dentro del universo de la competencia capitalista, mientras que el brindar apoyo al desvalido (sin llegar al altruismo utilitario burgués) es visto como un valor negativo, debilidad, desventaja para tener éxito en la sociedad. Y así llegamos al llegadero de la sociedad capitalista, es decir, al “éxito social” y los valores que lo fundamentan: tener, ostentar, para luego morir como todo el mundo.
En una oportunidad se le preguntó a la Madre Teresa de Calcuta sobre cuál creía ella que era el mal de del mundo presente y contesto: “la indiferencia!, porque su vida de servidora a los pobres se hizo en base a la preocupación y la atención del dolor humano, no en base a discursos y vallas publicitarias. Nosotros creemos en una revolución socialista; la paradoja de si debemos cambiar al mundo primero para cambiar al individuo, o el individuo para cambiar al mundo (a la sociedad de la indiferencia) la resolvemos diciendo que debemos hacer las dos cosas al mismo tiempo: cambiar al mundo, cambiando nuestra forma de interactuar con él; cambiar la sociedad al tiempo que educando y educándonos, dando buenos ejemplos de conducta humana, de forma honesta, sin mentir. Pero parece que ahora, cada acto humano, si no redunda en un provecho egoísta y vanidoso, es pérdida de tiempo… y de dinero. Hoy lo que importa es ganar notoriedad, prestigio, fama en base al éxito, y éxito en base al dinero, “morir de indigestión”.
El ejemplo de la perrita flaca de Chávez expuesto por Amaranta Rojas es fundamental para entender la degradación del impulso revolucionario de Chávez – de su “ser”, de su persona y lo que proyectó en el tiempo mientras fue presidente de este país, ¡mientras fue jefe de la revolución! –, degradación al estado de abandono e indiferencia en el cual vivimos todos ahora, el cual no es producto de ninguna sanción o bloqueo, es consecuencia de no haber imitado su ejemplo político y moral, asumiendo que hay “mecanismos” sustitutos de la consciencia, fórmulas pragmáticas sustitutas del trabajo revolucionario creador, el trabajo revolucionario de educar y formar consciencia humanista, socialista y revolucionaria, ¡de lucha revolucionaria! Todo lo que se ha hecho hasta ahora, después del deceso de Chávez, ha sido acabar con ese entusiasmo, criar mendicantes y oportunistas, como hienas y chacales, o autómatas sumisos que solo obedecen al chantaje: “quién no está con nosotros está en contra de nosotros”, declaran cada vez que aumentan las críticas y las protestas (Jorge Rodríguez acaba de satanizar las protestas laborales, como parte de un plan conspirativo colombiano: ¡fácil!)
Es tiempo de reflexionar en el estado de indiferencia que nos consume la vida. El solo hecho de pensar y pensar en eso es suficiente para retomar la consciencia social, considerando todas las distracciones a las cuales estamos expuestos a diario, desde el terror por la pandemia hasta el terror y la manipulación por las sanciones, la televisión, las redes sociales…, las cuales siempre nos hacen mirar hacia otro lado y no querer pensar antes de actuar. Hay que pensar, estudiar, leer, pero también imaginar qué sería de nuestras vidas enfermos, abandonados en una calle sin nadie que nos auxilie.
¡Chávez es amor! ¡Volvamos a Chávez!