(A José Vcente Rangel, un luchador por la paz, pero con justicia social)
También los muertos y algunos locos viven en paz. Una cosa es la paz de un pueblo con un sentido elevado de justicia, igualdad y próspero gracias a su propio esfuerzo, y otra cosa es conservar la paz dentro de un “pacto social” donde cada quien asume su papel irremediable de esclavo, burócrata o propietario capitalista. En un sistema de justicia social socialista se pinta la paz desde lo básico, asegurando las condiciones materiales de vida de toda la sociedad, todos reciben los beneficios del producto social y en tiempos difíciles todos luchan y se sacrifican por el cuerpo social; no hay privilegios. La paz socialista es idealista pero en el camino hacia ella nos conforta, cuando luchamos, mientras pensamos en un mundo distinto; es la paz de espíritu, de aquel que entra en batalla por lo que sueña.
La otra paz, la del “pacto,” alude más bien a pequeñas guerras – y no tan pequeñas – que no se libran en una sociedad de iniquidades, a una violencia contenida y otra, la violencia con la que se tensa el orden; la represión. No hay necesidad de decir que aquel que pasa necesidades vive enfrentando una guerra velada por vivir con dignidad; el hambre te degrada y también te lleva a romper la norma y el Estado te constriñe. La paz de la “contención de la sociedad” por el Estado, es una “bomba latente” contra la propiedad privada y la injusticia, además de las muchas batallas que se libran a diario por la existencia. Para los socialistas la paz es poder luchar, de forma consciente y racional, en contra de toda clase de injusticia, siempre de cara a una sociedad de igualdad de derechos y deberes. NO EXISTE UNA SOCIEDAD EN PAZ SIN UN INDIVIDUO FUERTE, LIBRE (RESPONSABLE DE SUS ACTOS) Y CONSCIENTE. Y la obcecación de Maduro por el liberalismo nos ha envilecido a todos…
La justicia social no se decreta, no se hace de promesas o de esperanzas vanas, nace de una acción humana premeditada. Y al igual que la “voluntad de paz” (como sería justo llamarla), también la justicia se debe cultivar, de manera firme y racional, someterla a una constante crítica, debatir cuando no se cumple y cómo perfeccionarla con persistente, confrontando las diferencias bajo el control de la razón y la autocrítica; la paz es siempre una tensión que hay que vigilar…
O se cuida con la misma violencia con que la fracturan los tiranos, la paz se pierde frente a la tiranía de gente soberbia, petulante, y en un campo de batallas cuando no se escuchan razones. Los enemigos de la justicia social y de la sociedad, en general, son el capitalismo y todas sus instituciones ideológicas con sus defensores, de izquierda a derecha.
Cuando se habla de una revolución socialista pacífica no significa otra cosa que evitar, en cuanto se pueda, el uso de la violencia. Una revolución es un cambio radical, no necesariamente significa violencia física, pero el uso defensivo de la fuerza nunca se debe descartar en la etapa de constitución y consolidación de la nueva sociedad. A nombre de una MAYORÍA de la sociedad se intenta cambiar el orden de las cosas, y a favor de TODA la sociedad, dejando los privilegios y a los privilegiados a un lado. Y esto casi siempre (o siempre) provoca una reacción violenta; no es fácil tener que renunciar a privilegios económicos y materiales, donde muchos de ellos son entendidos como hereditarios, casi atávicos.
En resumen, la paz “pasiva”, condescendiente, no es más que una excusa para imponer (o consolidar, sea el caso) un orden social y establecer privilegios. Y la paz sigue siendo una quimera, que, sin embargo, para los pueblos oprimidos, en su búsqueda, se materializa al interior de cada individuo que lucha. Venezuela perdió la paz justo cuando dejó de luchar por el socialismo. Un pueblo que no puede luchar como sociedad vive el infierno de su esclavitud de forma personal.
El otro cuento de la revolución pacífica viene de parte de los reformistas. Manipulan la paz como un arma letal para detener el descontento social, para aplacar a las masas. Para evitar las confrontaciones directas con los privilegiados (los propietarios de los mercados, patronos, reyezuelos etc.), para evitar estos odios (que estén quemando pobres en las calles, etc.), sólo adelantan reformas que sirven de aliviadero a las tensiones sociales (en el caso de Maduro, bolsas de comida y bonos-limosnas, promesas y más promesas de motores que arrancan y rerereimpulsos). Pequeñas reivindicaciones pero conservando el orden social, la estratificación social. Lejos de encender la llama de la revolución el reformismo la extingue. El reformista es el bombero del capitalismo.
En otras palabras, los reformistas transfieren a los capitalistas la responsabilidad de los cambios sociales, argumentando que esos hombres y mujeres son independientes de su condición de clase, como si éstos capitalistas, en un momento de descuido, pudieran ir en contra de sus propios intereses de clase. En eso – sobre todo en eso – se equivocan, o nos engañan, que es lo más seguro. Y, al tiempo, terminan asimilándose al sistema que quieren “reformar”, convirtiéndose ellos mismos en clase privilegiada.
¡No es fácil adelantar una revolución social!, porque es casi imposible buscar la paz duradera sin antes prepararse para la guerra, sin saber cuál es el verdadero enemigo de la sociedad y sin pelear o estar dispuesto a hacerlo por ella. La única paz duradera es interior, es de espíritu, pues todo cambio radical supone violencia, un choque de fuerzas, de parte de aquel que se niega a renunciar a sus privilegios, y del lado de la sociedad que demanda justicia social; una guerra entre la sociedad que siempre se negará a desaparecer y la nueva sociedad que nunca acaba de nacer, hasta que nace, y se repita el ciclo.
¡VOLVAMOS A CHÁVEZ Y, ENTONCES, CELEBREMOS LA NAVIDAD!