Porque no se acabe el capitalismo en un futuro próximo (o lejano) no quiere decir que dejemos de luchar para su demolición efectiva y definitiva. De que cambiemos su lógica depende la vida en planeta que hace posible la nuestra. Hasta que no desaparezca junto con sus valores fundamentales: el egoísmo exacerbado y fútil, mezquino; el individualismo contrario al interés social, al animal social que somos por naturaleza los humanos – ni la pandemia nos ha impedido dejar de serlo –; y un materialismo grosero, primitivo, irracional que se traduce, en el lenguaje humano moderno, como codicia y consumismo gargantuesco.
Ante el hecho irremediable de la muerte se pone de manifiesto el sinsentido de la vida en la sociedad capitalista. Ante la pandemia del covid 19 el capitalismo deja ver una de las más grandes contradicciones del sistema, y es que, sin la producción del obrero el capitalismo no existe. La preocupación principal para los grandes propietarios ricos es que se paralice la producción y caiga o decaiga el movimiento lento, extractivo y expansivo – como un globo que se llena–, de la acumulación y concentración del capital; que tengan que racionalizar la producción y entonces se perciba con más claridad lo fatuo de los valores tontos que sostienen al capitalismo y al capitalista. Pero la preocupación del hombre común, así sea estimulada o provocada por los capitalistas, es morir. Y ante la muerte la gente que trabaja de verdad pondera sus prioridades: “morir o salvar la empresa o el sistema que me sacrifica”. Si ha habido una vía más expedita para adquirir conciencia de la lógca bestial de la explotación material y espiritual capitalistas ha sido esta, la pandemia, tener que enfrentarse todos los días a la posibilidad de la muerte.
La gente quiere la normalidad de sus vidas, pero los gobiernos y los empresarios saben que no pueden sacrificar su activo más preciado: la fuerza de trabajo. Por eso los obliga a conservarse vivos, muy a pesar de ellos. Sin embargo, sin esas vidas no hay ganancias sostenibles, y los sacan a las plantas de producción, pero conservándolos vivos y conservando encerrados en sus covachas a los repuestos humanos (desempleados y pobres). Para el capitalismo es lo ideal: sacarlos a producir y luego encerrarlos en sus casas controladitos; “habrá que invertir en eso” –dicen sus contadores –.
Es lo que llaman “la nueva normalidad”. Ahora vamos a ser más esclavos del capitalismo. Sin embargo, todo aquello que justificaba el sistema de explotación, es decir, el discursito de la libertad, se les viene abajo, así lo traten de justificar diciendo que de lo que se trata es de conservar vidas humanas… ¡Claro!… lo quieren hacer para imponer su “nueva normalidad”: explotar y controlar.
Si antes estaba detrás de explotación y de la esclavitud la mentira de la libertad como pretexto, ahora la excusa es otra mentira, conservar la vida, la salud de la humanidad. No nos extrañe que la nueva mutación del virus y los nuevos sistemas de control sean el resultado de una “reflexión más profunda” de los dueños del planeta sobre el futuro del capitalismo.
El capitalismo no acabará mañana, pero acabará. Y en este punto nos entendemos los socialistas convencidos. El socialista debe trabajar para que el capitalismo acabe, no puede fortalecerlo, no puede alentarlo. El mal no es la pandemia es el capitalismo. El mal no es la escasa producción sino “el sistema de producción” y el robo de su renta por unos pocos, es eso lo que realmente necesitamos cambiar, y su manera de organizar el trabajo y la sociedad.
Confundir el “crecimiento económico” – para afianzar una sociedad consumista y fatua, de gente autómata y atontada – con las metas socialistas, las cuales son espirituales, distintas a crear esclavos de un trabajo productivo irracional, ese propósito abstracto, vacío de intenciones políticas humanistas es el problema de nuestros reformistas colonizados, atrasados. Es el problema de Jaua, de Jesús Farías, y de todos los demás, que ni siquiera piensan en eso. Las condiciones materiales de vida determinan las espirituales, eso es cierto. Pero la meta socialista es cambiar la consciencia del humano, ese es su norte, su estrella. Y si debemos cambiar las condiciones materiales para cambiar esa consciencia ¡no puede ser alentando a la vez la espiritualidad que hace posible la explotación y la ignorancia!; sosteniendo la gran mentira de la libertad dentro de la explotación humana impuesta por el capitalismo, dentro del sistema capitalista. El cambio debe ser total, las dos cosas a la vez, el medio y el fin deben ser una sola cosa, los medios para hacerlo deben llevar en germen la sociedad que queremos construir para sustituir la vieja; separar una cosa de la otra es creer que una sociedad “próspera capitalista” es la meta, fomentando la estupidez pequeñoburguesa… y burguesa, y todo lo insulso que esta yunta encierra dentro: vanidad, superficialidad, negación, “mala consciencia y similares”.
La verdadera presión que ejerce el “imperio del capitalismo” sobre Venezuela es ideológica. El artículo de Jaua presentando el “modelo de empresario nacionalista”, el necesario, el “bueno”, en la persona de Alberto Vollmer es una expresión elocuente de esa «presión». El que Vollmer no se vaya a mudar del país no lo hace menos patrón, menos propietario rico, menos explotador, menos privilegiado, menos capitalista. Y eso confunde a Jaua (si es que lo hace) y confunde a mucha gente que cree que con sus “emprendimientos” sociales y personales van a poder liberar a la sociedad de las iniquidades y de las injusticias; que todos podemos ser como Vollmer… ¿y quién haría el trabajo físico?, ¿otros seres inferiores? Jaua no piensa en eso. La gente como él no piensa que los países capitalistas solo pueden sostener a muy pocos viviendo con agua, con agua caliente, comiendo, con atención médica, educados (más o menos) y con todas las comodidades de la clase media de los países desarrollados, si se explotan países completos, si se sacrifican pueblo completos para eso, selvas, bosques, ríos, vida animal, etc. No hay que leer a Neom Chomsky para saber el futuro de la humanidad, basta con ver y escuchar a David Attenborough, o Al Gore, aquel que fue candidato a presidente cuando ganó Bush hijo, lo que pronostican y muestran de lo que será del planeta, si no se cambia el modelo de explotación capitalista. Pero Jaua (y otros más atolondrados) no relaciona una cosa con la otra, no le ven una conexión. La presión ideológica los obliga a ellos, a los que denuncian al capitalismo y al imperio, a pensar como sus supuestos enemigos, al esclavo a pensar como el esclavista, al explotado como el explotador, al político de izquierda con el mismo pragmatismo del empresario de derecha.