¿Qué necesidad hay en revolcarse de contento por lo que todo el mundo sabe? ¿Qué se puede decir de novedoso, que nos ilumine el alma, o que nos haga más virtuosos, de la familia del anciano diputado? Modestamente creo que todo está dicho. De aquí en adelante se podrían señalar solo cosas positivas, quizás no para él y su familia, pero sí para que no imitemos esas conductas y hábitos con el trabajo de los nuestros, en las prácticas políticas y personales.
Solazarnos con las maldades del imperio, de Trump, de Antonio Ledezma o Leopoldo López no cambia en nada la situación del país y nuestra sociedad, no salva al gobierno de sus debilidades, de la traición a los principios y de su incapacidad. En política y dentro de la revolución socialista se tienen objetivos morales muy claros, las comparaciones con el enemigo son de un contraste absoluto, uno avanza y el otro se resiste o retrocede, no hay medidas de comparación. Pesar nuestra inmoralidad comparándola con las inmoralidades ajenas, o nuestra amoralidad con la amoralidad ajena es ya una verdadera objeción a la propia integridad. Pensar – como Diosdado Cabello – que no se pueden comparar los abusos de la “cuarta” con los del gobierno, porque aquellos fueron peores que estos, no es un argumento a favor del gobierno, ni siquiera es un argumento, es una estupidez casi infantil, la comparación ya es reprochable. Todo lo contrario, quien piensa así meritaría una sanción severa de parte de la gente honesta, del militante, del compañero político, del superior y de todos los que realmente creemos que podemos ser mejores personas, y vivir en un mundo sin la preocupación de tener que estar dañando a los demás para ser felices (lo ridículo es que, los que hablamos de estos temas y pensamos de esta manera, nos llaman – Diosdado y los que lo imitan – “radicales”, y cuando el calificativo es muy suave, nos pueden decir “románticos”, aquí los más bobos guiñarán un ojo de sátiros).
El gobernó y “el mazo dando”, han consolado a muchos vagabundos en el gobierno con el argumento de que hay otros peores que ellos, en el país y en el mundo, cuando lo correcto es asumir responsabilidades – por no ser lo suficientemente severos con uno mismo y con nuestros subalternos, de no ser modelos morales para la gente que cree en nosotros –.
Nadie es perfecto, pero eso no nos disculpa de ser mejores personas y hacer el mejor esfuerzo; de que no creamos en la perfección y la tengamos de inspiración. Solemos decir que Chávez es supremo, creemos en la grandeza insuperable de Bolívar y en lo inmaculado que fue Jesús, pero para nosotros sí nos vale tener muchos vicios, sucumbir a toda clase de tentaciones y malas mañas. ¡Qué manera tan cómoda y placentera de resolver los conflictos de consciencia; qué forma más pícara de expiar las culpas, para los que se dicen cristianos, o de salvar sus responsabilidades, para los que no creen en un Dios castigador!
El que no cree que deba arrogarse responsabilidades, que no acepta críticas y no deba asumir sus errores frente a los demás, no puede ser líder de un pueblo, de un colectivo o una masa; de hecho nunca será respetado, en todo caso sería temido, como pasa ahora con maduro y el madurismo: pierde autoridad moral y gana la brutalidad, la autoridad policial, la violencia.
El chisme es una excusa para no mirar en el pozo oscuro de nuestras almas. La gente suela consolarse con el mal ajeno. Y cuando decimos “consolarse” es literal, se activa una moralidad pastosa, una babosa que se ajusta con calidez húmeda a nuestros rasguños morales. Como dijimos antes, el hecho de que Ramos Allup sea el centro de un escándalo, no salva a maduro de otro peor; es solo que el suyo está reprimido por un bozal social.
Por ejemplo, es el caso de Delta Petróleo, centro de una estafa y un juicio en EEUU, que involucra a Francisco D´Agostini (suegro de Allup) y a Oswaldo Cisneros, cuya participación en la empresa se la debe a Nicolás Maduro, con mano extendida y todo, lo vimos en cadena nacional (¡o como que no lo vimos!, porque fue firmado en secreto). El gobierno necesitaba dólares y Cisneros firmó un convenio de participación en la empresa por 1.130 millones de dólares, en el 2016. Eso es feo. Y es público. Hay un titular en TalCual sobre el caso, del año pasado, que dice, “Oswaldo Cisneros: El audaz empresario que hizo alianza petrolera con Maduro”, y aparece su foto (la de Cisneros) risueño, como si estuviera más bien vendiendo apartamentos en Mayami.
Hay mucho que escavar dentro, hay mucha porquería que se ha ido acumulando por no haber reconocido a tiempo las debilidades, los errores, la incapacidad, estorbando el camino de los que sí quería hacer las cosas bien, que estaban dispuestos a luchar por los cambios y por la revolución. Eso no se puede (y no se debe) ocultar con toda la porquería que hay en el resto del mundo. Debemos ser honestos si queremos pisar firme y no hundirnos en un lodazal, en un pantano movedizo.
La honestidad se ha devaluado socialmente, la gente honesta se avergüenza de serlo frente a tanta impudicia. El gobierno de maduro ha exaltado contravalores como una forma de argumentar a favor de sus errores, de sus acciones que son errores casi siempre, todos encadenados, uno tras otro. Cuando se saben haciendo las cosas bien lo publicitan como si fuera lo más extraordinario del mundo, no se acostumbran a sentir y pensar como personas honestas porque no lo han sido nunca, ni cuando dicen la verdad.
Es el momento de la acción positiva y dejar de ser reactivos, de dejar el chisme y las comparaciones, es tiempo de pensar y buscar resolver nuestros problemas con inteligencia, con la verdad o cercanos a ella, vivir en un mundo mejor y más justo, trabajar por el futuro. Quién no lo crea así seguirá teniendo la consolación del daño.
¡Viva Chávez!