Parecemos y nos sentimos idiotas al dirigir este escrito a Diosdado. Él no nos va a leer, pero peor aún, si nos leyera, aun así, no entendería nada. No por que Diosdado sea bruto, sino porque está disociado. Diosdado está convencido de su inocencia, de que es revolucionario, de que lo que hace lo hace porque es una persona buena y justa; que no hay nada que provenga de él que pueda ser malicioso. Esto es lo que llamamos estar convencido de sus propias mentiras.
Las convicciones son un medio (son siempre provisionales) que sirve para alcanzar la verdad, no son un fin, ellas mismas – si fuera así estaríamos resolviendo el problema de la hiperinflación todavía sacrificando “pingües bueyes” frente al templo de Demeter –. Sin embargo el “revolucionario” Diosdado cree que está moralmente concluido, no admite más críticas o consejos, ni modificaciones en su conducta y carácter; es un hombre de “convicciones” y todo lo que viene de él es limpio, cristalino como el agua que cae de la montaña.
Toda convicción se debe someter a la crítica, hay que hacerse siempre preguntas, el que no las hace, o se las hace, se estrella de frente contra la realidad; realidad, vida y verdad son elementos que cambian y nos cambian, y nos pueden hacer seres humanos más perfectos, respecto a la pervivencia de nuestra especie, o más choretos poniendo en peligro a nuestra especie.
Por esa misma petulancia de creerse “indestructible” es como maduro se da duro contra la pared de sus errores, de sus metidas de pata, por eso sale desnudo a la calle y es terco como un tiovivo, porque está convencido de que tiene la verdad en la mano, por ejemplo, porque cree realmente que ha creado un “nuevo modelo económico” que él llama el “socialismo en lo social” mezclado con capitalismo en lo económico. Y contra eso se da, y se da, y se da duro, en la frente. Igual es Diosdado con lo de la lealtad y el ser revolucionario de tarimas (la verdad que en el capitalismo, con poder y billete, se puede ser lo que uno quiera).
A él, a Diosdado, no se lo puede acusar de corrupto porque no hay pruebas, pero tampoco muestran las pruebas para acusar a Ramírez de ladrón, como lo grita ofuscado Maduro cada vez que lo ataca la incontinencia. ¿Qué les da derecho a Maduro y a Diosdado de acusar a Ramírez de ladrón sin pruebas en la mano?, a saber: sus jactancias por el efecto del poder, es decir, que se revuelcan en sus mentiras y se las creen, borrachos de poder y rodeados de aduladores.
Si hay algo de lo que adolece el gobierno de maduro es de nobleza, todos sus componentes insultan y maltratan a los enemigos, aun siendo débiles y poco efectivos frente a ellos. Llaman pendejo a Guaidó pero no lo pueden tocar, ni siquiera con una pajita, porque le temen a Trump. Llaman ladrón a Ramírez pero no dejan que venga al país y se defienda, con garantías, en igualdad de condiciones, con la misma cancha que Diosdado tiene para defenderse de sus acusadores gringos y europeos; le tienen miedo a Ramírez, a la verdad, a la confrontación. Solo ellos se pueden defender de sus acusadores en libertad y sin testigos, y si éstos están en el país los ponen presos. Los gerentes de PDVSA denuncian a “los Quevedos” y los encarcelan acusados de “traidores”, con ruindad, falta de gallardía; todo lo hacen bajo la sombra, como seres libertinos, les molesta la luz de la verdad.
Cuando decimos que Diosdado no es muy inteligente es porque un pequeño acto de nobleza de su parte, o del gobierno, haría que la revolución de Chávez se pusiera en marcha de nuevo. Pero eso sería mucho pedir al lumpen marginal, cargado de convicciones, o al petulante que se cree “indestructible”. ¡Ahí no hay inteligencia!, por lo menos, asociada a la grandeza, a la nobleza, a la amplitud de visión que tienen los grandes capitanes y las águilas. Su mezquindad, la envidia y la venganza los hace miserables, y con eso se conforman: he ahí donde están las raíces que sostienen sus “convicciones”.
Más allá de cualquier convicción está la vida, la humanidad y su pervivencia; frente a la mentira está la honestidad: atender a la vida, atender a la realidad y mantenerse cerca de esa verdad, sin mentir o mentirse jamás. Por culpa de estos creídos, como cerdos encantados, vamos directos al matadero de la disolución de nuestra sociedad, por culpa de seres crapulosos que se creen “indestructibles”, curdos de poder. Sin darse cuenta que el poder es solo una oportunidad, un medio para engrandecer la humanidad, que es lo único que puede llegar a ser realmente indestructible sobre la tierra… ¡Señores “indestructibles”, por sus obras lo conocerán!