Lo que comenzó como una inocente medida de protección: la negación de la crítica, se fue convirtiendo en una norma, una cualidad del gobierno, se estableció “lo que maduro diga”. Así, todo lo que brille, lo que sobresalga, todo el que asome, el que disienta será guillotinado inmediatamente, condenado al ostracismo, apartado.
Ahora dentro del gobierno se conocen pero no se habla de los desechados, son aquellos que de un día para otro dejan de aparecer en los actos oficiales, en las fotografías, exministros que se pierden en el olvido de unos cuantos escritos nostálgicos de un pasado que no supieron defender, o como los condenados a una embajada, que en realidad es la Siberia de estos días. En el gobierno el que se atreve a criticar va a la lista cada vez más larga de los arrinconados. De esta manera no hay rectificación porque “no hay errores”, por ejemplo después de cinco meses en cuarentena la pandemia esta vivita y coleando con más de mil casos por día y nadie dice “algo hicimos mal”, “hay que rectificar” “llamar a los que saben”, “darle confianza a la gente en el timonel”, nadie se atreve, se hacen los musiues, buscan excusas, culpables… callan.
De esta manera en el gobierno se aplasta la inteligencia, el que la tiene no puede expresarla, todo está a merced de una cúpula de cuatro o cinco metidos a “súper” que opinan de todo, desde epidemiología hasta economía, pasando por astronáutica, no permiten que nadie ni siquiera informe de algo, todo debe ser perifoneado por ellos. Ya no quedan valientes que discrepen, los que había hace tiempo fueron desterrados.
Al principio este linchamiento del pensamiento, este arrase de la crítica les resultó cómodo, acabaron con la disidencia no había que temer, pero no cayeron en cuenta que acabaron también con la inteligencia, con el ejercicio de la discusión fuente del saber, con la duda madre del conocimiento, se hundieron en la estulticia. Y lo fatal, es la ley que establece que la conducta de un gobierno se traslada a amplios sectores de la población, se establecen normas que pronto son tomadas como naturales, la costumbre las certifica. Así se construye un gobierno ramplón, unos funcionarios sumisos, y una sociedad mediocre.
De esta manera, en pocos años, siete, y esto es asombroso, nos hemos convertido en un país sin educación, sin universidades, sin centros cientificos de primer nivel, donde el conocimiento es delito, el pensamiento es perseguido y satanizado, y lamentable, un país resignado a la medianía; cuando otros países producen vacunas, este país ve como natural que no tenemos universidades que las certifiquen, no sabemos si son buenas o malas otros interesados nos lo dicen. En pocos años, siete, nos hemos convertido en un país sin rumbo, sin mente.
La situación es alarmante, el señorío del cretinismo amenaza con consolidarse. Si no somos capaces de retomar el rumbo del pensamiento, si la nulidad engreída se calcifica en el poder, entonces el país, sin dudas, se pierde. La situación es límite, se trata de rescatar las cualidades básicas de una sociedad humana: el conocimiento, su producción, la crítica, su expresión, las relaciones amorosas, fraternas entre sus miembros y de estos con la naturaleza.
Este septenio, que ojalá no se transforme en ochenio fatídico pasará a la historia como el periodo cuando se llegó al límite de la disolución de la Patria, y quizá, sólo quizá será recordado por la gesta heroica que la rescató del gobierno corrosivo y de los apetitos extranjeros, rusos, chinos, gringos…