En diez años se manipula fácilmente la conciencia de un pueblo. Diez años representan fácil dos generaciones, y no se diga 24 años. Los jóvenes de la “revolución” conocen más de Maduro que de Chávez, su referencia política es esta discordia entre discursos y realidad, deseos y mentiras compitiendo con la dura calle, con la vida cotidiana de la pobreza. Han aprendido de unos disociados a disociar la realidad de la semántica de los discursos oficiales y sus manipulaciones. Para eso, personajes como Diosdado Cabello y el abominable Mario Silva han sido muy útiles (también Jorge Rodríguez, por supuesto, nuestro propio “Robespierre”, ha hecho lo suyo desde la Asamblea Nacional) orientando la opinión chavista hacia sus propios odios, miedos, resentimientos, hacia la banalidad de unas elecciones insulsas, porque acabaron con la revolución socialista, y sobre ella los traidores no tienen nada que decir o enseñar. A nuestra juventud simplemente le es indiferente la política verdadera porque maduro y el madurismo se ocupó en hacer de la política oficial otra línea de negocios, la política como un nicho de servicios para la publicidad y los publicistas, para fiestas, conciertos, ferias, beisbol y las elecciones, para la industria del bullicio, a eso se redujo la política en estos 11 años de gobierno madurista.
De un gobierno donde sus mejores asesores políticos son publicistas y empresarios no podemos esperar legiones de defensores de la soberanía nacional, o de la patria. Pero sin patria, no hay nada qué defender, y ahora más que nunca la patria es una auténtica entelequia. Cuando EEUU otorga licencias a discreción a las petroleras trasnacionales para explotar nuestro petróleo, es decir, cuando Washington decide quién puede o no explotar el petróleo que nos pertenece a todos nosotros, según reza nuestra constitución, ¿dónde está la patria?, ¿dónde el poder popular que la defiende?
¿Dónde está la patria cuando las mayorías no deciden sobre los asuntos que les concierne?, porque el gobierno, que debería representar los intereses colectivos, comunes, acuerda en secreto sobre todo lo común, de importancia nacional, y lo hace de forma ejecutiva, sin consultar ni siquiera a la falsa Asamblea Nacional del Robespierre criollo, sobre el tema de la economía, que involucra siempre el trabajo, la salud, la educación de todos. Cuando se pacta con el capitalismo el libre mercado se impone en todo nuestro universo social, se impone “el poder del capital”. ¿Dónde está la patria en un país donde lo común se transa en secreto con capitalistas, que ni creen en la patria, ni tienen patria? ¿Una patria de cartón, de papel, un espíritu fantasmal?
Es terrible cuando un pueblo ve como se desmorona su país sin hacer nada para evitarlo, inerme e indiferente, ve transcurrir desde afuera su propia vida, como un documental. Cada quien pensando que lo que pasa (lo que realmente nos está pasando a todos), está afuera de nosotros, que “todo le pasa a los demás, no a nosotros”, tontos disociados. Como zombis seguimos la ruta del dólar sin ver para los lados, a ritmo del mercado, indiferentes a todo lo nacional, a todo lo social. La única experiencia social que consentimos es la distracción, el fanatismo del beisbol, la histeria colectiva por Carol G, la de una masa arreada para festivales de música, hacia los hechizos evangélicos, o para ir a votar. Mientras la conciencia del deber social la dejaron morir, la esperanza del “poder popular” murió con Chávez, fue enterrada con él en el cuartel de la montaña.
La ecuación hacia la soberanía, hacia la independencia, empieza con lo común, el interés común, con la comunidad, la comunicación, con la conciencia (y el sentimiento) de pertenecer y deberse a la sociedad, instituida en lo común. El poder popular no existe y lo que lleva ahora ese nombre carece de conciencia del deber social, entonces no es poder popular.
¿Por qué decimos que el poder popular NO EXISTE?, porque la revolución socialista no existe, fue interrumpida, el proceso de cambios fundamentales fue interrumpido. Y una señal clara de esto es la vuelta y reafirmación al sistema electoral burgués, a pesar de las trampas maduristas. El “punto de no retorno” al capitalismo, del cual habló Chávez, supuso un cambio radical del sistema democrático. Pero el proceso se paralizó y retornó hasta la aceptación y reafirmación del viejo juego electoral, “en nombre de la paz” de los bobos, la conciliación con la clase de los grandes propietarios y sus agentes políticos, en fin, una concesión política, que hizo maduro al capitalismo, de no demoler el viejo sistema político, un pacto tácito hecho, en nuevo “pacto de punto fijo”, hecho, en apariencia, en nombre de la paz.
La llamada “democracia participativa y protagónica”, según maduro y el madurismo, es esa maquinaria electoral que aparece en la calle en cada proceso electoral, para capturar votos y controlar fidelidades. Y también es el ensayo de “capitalismo popular”, hecho en forma de “emprendedores populares”, una porción de pueblo que pierde la capacidad de decidir y de pelear por sus derechos, como mayoría social, al cambiar su soberanía como mayoría por ventajas personales; la “conciencia del deber social”, por el egoísmo y el provecho individual. Ese engendro político es lo que llaman los maduristas “poder popular”, o sea, organizar a las bases del partido para las elecciones, el control social de las fidelidades políticas, y para formas populares de la economía privada, para provecho privado, como “pichones de empresarios”, como “pequeños burguesitos”, eso que llaman ahora “emprendedores”. El arma del pueblo trabajador es la conciencia de clase y del deber social. Sin conciencia del deber social no hay “poder popular”, y un pueblo cegado con “el pan” y “el circo” de la democracia burguesa carece de esta consciencia fundamental para la revolución socialista.
VOLVAMOS A CHÁVEZ, EL PUNTO DE NO RETORNO