El tiempo pasado pasó, de allí el valor que tiene la historia para entender el presente y hacer ajustes a nuestros modelos políticos de cara al futuro, un buen ejemplo no los da el señor Isidro Camacho con su artículo “De Gramsci a don gato y su pandilla”, es sencillo y claro, hay que leerlo. Nuestra intención no es redundar en lo que ya se debe saber sobre el tema gracias al señor Camacho o a nuestro propio esfuerzo intelectual, se trata de responder a un comentario hecho a mi correo respecto a la imposibilidad de restituir el pasado. No podemos volver al pasado de los hechos, eso lo sabemos de más. Cuando decimos volver a Chávez es obvio que nos referimos a su pensamiento y a retomar el impulso necesario para continuar su lucha, que es la nuestra.
Volver a Chávez es hablar con la verdad y decir: esto no es socialismo. Las cosas y circunstancias cambian y han cambiado. Hoy día el país se encuentra, en términos generales, en la misma situación de pueblo sumiso, obligado a las necesidades y escéptico, como cuando irrumpió el comandante aquel 4 de febrero de 1992. Pero a mi manera de ver tenemos la ventaja de que, por más que la memoria individual sea volátil, hay otra que sí es firme, es la memoria colectiva, la cual guarda grabada nuestras experiencias como un conocimiento asimilado, sobre todo aquellas más cercanas, de cuando Chávez estaba vivo y fue presidente y comandó un intento franco, claro y documentado de revolución social socialista.
Podemos decir que hoy vivimos uno de los peores momentos políticos y económicos que hayamos conocido. Mas, como sociedad compartimos con el pasado la desesperanza y el escepticismo, y muchas necesidades efectivamente básicas. Y como en el pasado, hoy sabemos que hubo una traición a la revolución, a los ideales de la revolución: de los que acompañaron a Chávez reclamaron su pago y cobraron, como aquellos caudillos y oportunistas que siguieron a Zamora, como Santander y Páez hicieron con Bolívar y Sucre, riéndose y cagándose sobre sus ideales; de los que estuvieron con Chávez se comportaron como verdaderos montoneros oportunistas.
Comparativamente estamos muy mal en un sentido material, sin embargo llevamos una ventaja con el 2013, cuando muere Chávez, y es que ahora muchos sabemos dónde está nuestro corazón, dónde está nuestra consciencia, donde están nuestros enemigos, y de qué estamos hechos; nos queda ahora una “conciencia histórica” y política de lo que ha pasado y está pasando, y la vamos a utilizar como arma.
Ese ciclo de traiciones, muy bien descrito por el señor Camacho, ahora resulta central, importante para ser entendido bien, estudiado con detenimiento; que el traidor quede bien definido en la trama de una verdadera revolución socialista; la revolución socialista es, sobre todo, un cambio de espíritu, el cual nunca afectó la conciencia arribista del ahora madurismo, y más allá del madurismo.
Ahora sabemos que a la muerte de Chávez saltaron como hienas “montoneros felones” sobre su cadáver. Todo aquello, esa traición que brotó de repente porque estaba acumulada desde antes, fue algo que dejamos pasar por alto, que no pudimos ver en su momento, porque estuvimos convencidos que con la muerte de Chávez era casi que imposible que todo volviera a ser como antes; llegamos a decir, inclusive, que “Chávez somos todos”, cuando desde arriba estos cobardes petulantes demolían sus ideas, lo echaban a un lado con el mismo secreto conspirativo con el cual han hecho todas sus fechorías hasta hoy, el mismo que de forma insólita y descarada lo quieren convertir en ley. Son el Santander, los Páez, los Guzmán Blanco, J V Gómez, adecos y copeyanos de hoy.
Los nuevos oligarcas nacidos de la revolución montonera de Maduro esperan y aspiran a ser reconocidos por los imperios, esperan a ser legitimados, santificados por el capitalismo.
Por un grupo de falsos líderes hay uno honesto, el cual siempre es crucificado, sacrificado, para salud de los traidores. A cada rato matan en Colombia a un líder campesino porque la verdad es peligrosa, y lo hacen y han hecho aquí, en Venezuela, y en plena revolución, sin que se conmueva la alta dirigencia, sin que salte el fiscal indignado y lo denuncie, sin que se produzca una reacción en el espíritu de estos comediantes por la muerte de un hombre esencialmente bueno, un luchador, que es de sí el ser honesto ante tanta cobardía.
Cuando se adquiere conciencia de clase no se pierde, se lucha o se vive en el fatalismo, pero no se pierde con tanta facilidad, y la revolución socialista es esa conciencia de clase, es un espíritu liberador de la esclavitud al dios dinero y a la propiedad, al capital, al capitalismo y a su cultura y valores burgueses. Pero un dirigente que ostente unos zapatos carísimos sabiendo que hay niños comiendo basura en la calle, y que ni siquiera se indigne por eso, puede ser revolucionario o socialista. Y hoy abundan estos aspirantes a la nueva oligarquía “montonera” del madurismo, ostentando por Instagram (como nos dice un lector), acomplejados, mostrando al mundo el cómo se han “superado en la vida”, el cómo han dejado de ser “perdedores” para ser “alguien” (claro que a costa de aquellos que comen basura en las esquinas o de los que se mueren por inanición, dormidos en sus casas).
Volver a Chávez es adquirir conciencia de clase, ser honestos, preocuparse por el prójimo y por la vida, ser valientes. Es cierto que somos más viejos, pero no por eso debemos ser cínicos, hay que rescatar lo mejor de nosotros e intentar cambiar el mundo, eso vale toda una vida.
¡Volvamos a Chávez porque Chávez es socialismo! ¡Patria socialista o muerte!