Lo mas duro de toda esta crisis y situación, que, de manera insólitamente cotidiana, se vive en nuestro país, es la indolencia de los responsables del gobierno, y de todas las instancias del Estado, mas aún, de las voces críticas o fuerzas morales de la sociedad. Es un silencio que nuestro pueblo no merece.
El pueblo, cualquier ciudadano, abraza una esperanza de vida; quisiera un espacio digno donde vivir, crecer, tener educación, salud, construir una familia, estudiar, trabajar, ser felices, amar, divertirse, construir.
Cuando se supera el objetivo individual, y se apunta hacia el colectivo, la idea superior, la suerte de toda la sociedad, del país, del destino como especie humana; cuando se adquiere la conciencia del deber social, que priven los principios de la solidaridad, fraternidad, altruismo, desprendimiento, trabajo, por sobre cualquier otro; entonces, los pueblos y las sociedades, alcanzan momentos estelares en su historia, logran movilizarse hacia objetivos supremos, en una explosión de creatividad, trabajo, fuerza, conocimiento; y, dán pasos agigantados hacia la construcción de un nuevo orden, un estado superior, una revolución.
No es fácil. Hacer una revolución no es fácil. Las fuerzas de la opresión, del sistema que se quiere superar, son poderosas, se instalan, por medios muy diversos y eficaces, en la conciencia colectiva. Así, una revolución requiere hombres y situaciones extraordinarias, que vayan a la ruptura, a contra corriente, con una moral distinta a la dominante, líderes que tengan el acierto de interpretar las aspiraciones de su pueblo y de entregarse a su servicio, por encima de cualquier dificultad, debilidad, temor, egoísmo. Nuestra historia es rica en líderes populares, revolucionarios: Bolívar, Sucre, Zamora, Fabricio, Chávez.
Somos un pueblo que ha tenido, al menos, tres grandes momentos históricos de conmoción revolucionaria, que han impactado el orden político, social y económico del país: la Guerra de Independencia, la Revolución Federal y la Revolución Bolivariana. El resto, ha sido la historia del despojo, la dominación, las transnacionales, la violencia, la dependencia y el retroceso en nuestras posibilidades de desarrollo.
La nuestra ha sido una historia de lucha, heroísmo y audacia transformadora, pero también de frustraciones, traiciones y sueños truncados «… Rasgar un instante las tinieblas; fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío», reflexionaba amargamente el Padre de la Patria en sus últimos momentos de vida.
Tantas veces el pueblo ha visto abatir su esperanza y sus posibilidades, que resulta un milagro cuando se vuelve a congregar, a creer, a movilizarse. Sucede, como decía nuestro gran Pablo Neruda, en sus poemas inmortales, «…cada cien años cuando despiertan los pueblos». Nuestro noble pueblo no merece la traición, ni que le trunquen sus sueños.
Nos ha tocado vivir y luchar en uno de los episodios mas hermosos de nuestra historia contemporánea: el advenimiento y desarrollo de la Revolución Bolivariana. Nos ha correspondido el privilegio y honor de trabajar estrechamente al lado del Comandante Chávez.
Para los que venimos del tiempo de la rebelión, del desprendimiento y heroísmo de los jóvenes guerrilleros: su ejemplo, su épica; del heroísmo de los mártires, de nuestro propio desierto de vanguardia; de insistir en el intento revolucionario, de predicar lo que parecía tan lejano, casi imposible, ser actores protagónicos de una revolución, ha sido un honor y una razón de vida.
Para nosotros el advenimiento del Comandante Chávez, fue un milagro, un hecho extraordinario; fue un llamado de la patria, al que todos atendimos, nos fuimos juntando, así, en la marcha, a medida que avanzaba como lo hacían las revoluciones campesinas de hace cien años, donde de cada pueblo salían combatientes: sin muchas preguntas, sin muchas teorías, sin cálculos egoístas, sin precauciones, todos nos juntamos para hacer una revolución.
Algunos de nosotros nos preparamos toda la vida para ese momento, tal vez sin saberlo, pero crecimos trabajando y abrazando los principios y conductas, la ética, de una sociedad que no existía, pero que luchamos toda la vida para que algún día fuera una realidad.
Ya al lado del Comandante, le juramos lealtad a nuestra patria, a nuestros principios y a honrar lo que él esperaba de nosotros: hacer una revolución, servir al pueblo y reconstruir, sobre las cenizas y los despojos de la IV República, un país posible, de justicia, bienestar, grandeza, soberanía, una potencia popular y revolucionaria. Un país que nuestro pueblo mereciera, así lo hicimos.
Fuimos testigos y protagonistas de las batallas populares mas heroicas y hermosas, junto al Comandante Chávez, en todos estos episodios, nuestro pueblo se creció como un gigante, desplegó lo mejor de sí, lo afirmativo venezolano; la solidaridad, el compromiso, la lucha, el estudio, la vida, el encuentro, el amor a la patria, al semejante.
Vivimos esos momentos de revolución, junto a las fuerzas populares, movilizadas y desplegadas toda la potencia de los poderes creadores del pueblo, participando por primera vez en mas de un siglo, en la construcción de su propio destino, empoderándose de su futuro. Era un salto hacia una nueva conciencia colectiva.
El pueblo se movilizó en todo el país, practicó la solidaridad, se ocupó de los excluidos, los olvidados de la tierra, alcanzó educación, salud, cultura, identidad, dignidad, sentido de pertenencia; interpelando a las estructuras burocráticas del Estado que no terminaban de ceder sus espacios y privilegios, fortaleciendo las capacidades económicas y productivas del Estado, uno nuevo, el de la V Republica.
Nuestra Revolución alcanzó un nivel de definiciones fundamentales para seguir el camino: una Revolución Bolivariana, anti-imperialista, socialista. Se practicó el internacionalismo, ayudándose a los mas pobres, mas necesitados, y se hizo un ejercicio cotidiano y valiente de nuestra soberanía en todas las áreas.
En el ámbito de los obreros petroleros, todos, sin distinciones, ni divisiones, participaron en el esfuerzo de conquistar nuestra soberanía, y atender al llamado del Comandante, para asumir tareas, que jamás imaginaron, en la lucha contra la pobreza y la exclusión; también, para construir una nueva ética, al servicio del pueblo, con humildad, y superar los prejuicios de la «cultura corporativa» heredada del pasado, y abrir así, las puertas de la empresa mas poderosa, internacional e importante del país, al pueblo. Los Directivos, trabajadores y profesionales hicimos grandes esfuerzos para cumplir nuestras responsabilidades con la empresa; y, como ciudadanos, patriotas. Se elevaron a un nivel de conciencia superior, mejores seres humanos.
Fue ese el momento del clímax de nuestra Revolución Bolivariana, la que trajo paz y prosperidad con justicia social, como decía el Che, cuando «… lo extraordinario se hace cotidiano, entonces estamos en revolución». Fue el momento de la PDVSA Roja Rojita, del Plan de la Patria, de la Doctrina Militar Bolivariana, de la Democracia Participativa y Protagónica. Una vez movilizado el país, una vez abordados los problemas mas apremiantes en el orden social, económico, estábamos listos para iniciar la construcción del socialismo, la base material que sustentara la nueva conciencia alcanzada.
Vendría el esfuerzo sostenido para superar el modelo capitalista, rentista dependiente, sin renunciar a nuestra realidad y fortaleza de país petrolero; vendría la lucha por la industrialización, la agricultura, la tecnología; una economía basada en el trabajo.
Nosotros siempre acompañamos al Comandante Chávez, lo hicimos en cualquier circunstancia, a cualquier riesgo, sin cálculos, ni grupos de ningún tipo. Hicimos todo lo que teníamos que hacer, para profundizar nuestra revolución, con honestidad, con legitimidad, con la fuerza del Estado y del Pueblo. Servir al Pueblo y al Estado Venezolano.
Desde la nave insignia de nuestro país, PDVSA, dimos todas las batallas junto al Comandante por la conquista de la Plena Soberanía Petrolera, económica, política. Golpeamos de manera definitiva a las fuerzas transnacionales, que impedían nuestras posibilidades de desarrollo, subordinándolas a nuestras leyes y decisiones, a través de las empresas mixtas; mantuvimos nuestra empresa en condiciones operativas óptimas, y fuimos capaces de captar el máximo de la renta petrolera, para empeñarnos en su distribución a favor del pueblo, ésto es, para su engrandecimiento espiritual, material, social.
En medio de los ataques, acusaciones, campañas mediáticas, avanzamos a la vanguardia de la revolución, quebrando la hegemonía del capital en nuestro sector, construyendo junto al pueblo, los espacios y herramientas para la nueva sociedad, la nueva economía, el socialismo.
Viendo en perspectiva lo que ha sucedido, me siento al menos en paz con la conciencia, al haber honrado la palabra empeñada al Comandante y a los trabajadores. El deber de un revolucionario es hacer la revolución, donde quiera que se encuentre.
Todo este impulso extraordinario, este huracán revolucionario se ha truncado. Fundamentalmente, porque murió el Comandante Chávez, murió en la Patria, en medio del combate, escuchando, como Bolívar, el rumor, el canto, de los barrios pobres.
Ya sabemos lo que ha sucedido luego, en tan sólo pocos años, se ha abandonado este esfuerzo, este impulso del Comandante, su legado. Presenciamos cómo, de manera increíblemente cruel e irresponsable, se ha venido destruyendo todo lo que se hizo y conquistamos con tanto esfuerzo, sacrificio; se ha erosionado y desprestigiado su obra, tildándola de «corrupta» o «ineficiente», descalificando y minimizando su épica, como una «revolución a cien dólares el barril». En la mayoría de los casos, se han desmantelado y abandonado: a las Misiones, la alimentación, PDVSA, al Poder Popular, a las empresas del Estado. Se ha dilapidado el capital político del Chavismo, destruido su ética y conciencia. Se ha actuado de una manera que Nuestro pueblo no merece.
Desde el poder, se ha instalado una ética del egoísmo, de la mentira, del individualismo, de desapego al trabajo, al conocimiento; una conducta autoritaria, del «pranato» político, violenta, intolerante; un ejercicio irresponsable, corrupto, entreguista, improvisado del gobierno; una inmensa manipulación con el sentimiento popular, con la figura del Comandante Chávez, se lo han apropiado para destruirlo, sacarlo del corazón del pueblo; se ha practicado e instaurado el peor sentido de la política, la política con «p» minúscula: de espaldas al pueblo, oportunista, de pactos secretos, de cálculos, mentiras, manipulaciones, censura, de abuso del poder del Estado, de «Judicialización» de la política como instrumento de persecución política, de linchamientos morales, de represión de las ideas, del miedo. El pueblo no merece ésto.
Hoy, las condiciones de vida del pueblo venezolano resultan en una calamidad colectiva, con un sinfín de tragedias individuales: hambre, desesperación, hiperinflación, desabastecimiento, destrucción del trabajo, bachaqueros, corrupción, mega devaluación, destrucción del bolívar, de PDVSA, entrega del Arco Minero, caos hospitalario, escasez de alimentos, de medicinas, apagones, falta de agua, de combustible, de transporte, la delincuencia, inseguridad, violencia y toque de queda en las calles, niños abandonados, otros explotados, los que se han ido del país, los que viven en campamentos o las calles en los países fronterizos y mas allá, por el mundo. Ésto no es una revolución, se le ha impuesto al pueblo un paquetazo neoliberal brutal, expresión del capitalismo mas atrasado, dependiente y parasitario. Una situación que nuestro pueblo no merece.
A ello, el gobierno responde con mentiras, excusas, amenazas y chantajes: «sabotaje», «corrupción», «conspiración», «guerra económica», encarcelamiento de obreros, dirigentes sindicales, gerentes y trabajadores petroleros, censura, encarcelamiento de dirigentes políticos, militares, exilio. Nadie asume sus responsabilidades en el gobierno, ni el Presidente, ni los Vicepresidentes, ni los Ministros, ni los jefes de Empresas, muy pocos dan la cara. Nuestro pueblo no merece ésto, ni les corresponde tener dirigentes que guardan silencio por conveniencia, cálculo, miedo, cobardía o simple interés personal.
Tampoco merece unas nuevas élites corruptas, traficantes de dólares, que mandan en el gobierno, que responden a lealtades y compromisos extraños, que están detrás de las empresas publicas haciendo todo tipo de negocios; no merece a los directores de medios que se autocensuran, por muy prominentes que sean; ni Constituyentistas que sólo levantan la mano; ni a los otrora defensores de Derechos Humanos que hoy guardan silencio, ni a los que persiguen y violan los derechos de los ciudadanos; ni a los intelectuales, periodistas, críticos, políticos, que no se atreven a decir nada que moleste al poder; ni animadores de televisión devenidos en una mueca de lo que fueron, temerosos de una llamada «desde arriba».
Nuestro pueblo tampoco merece, nunca ha merecido, una oposición extremista, intolerante, violenta, fascista, que usa a sus jóvenes como carne de cañón para llevarlos a una muerte absurda, cabalgar sobre la muerte, para luego negociar con sus verdugos; generales gorilas que indican cómo colocar guayas para degollar; turbas fascistas que queman seres humanos, que linchan y ejecutan; políticos que piden una intervención de fuerzas extranjeras para mancillar y violar a la patria. Unos insensatos, sólo pensando en la revancha, en la violencia, en sus intereses y en sus aspiraciones personales.
Tampoco merece una burguesía parasitaria, que sólo vive del Estado, de los dólares del Estado, élites profundamente anti-nacionales, que no arriesgan nada en el país, que no invierten, que sus riquezas las obtiene de la explotación salvaje al pueblo, de la especulación, del sistema financiero, de la apropiación de la renta petrolera, para luego resguardarlas en Panamá, Colombia, Nueva York, Miami, Madrid. Que jamás aceptaron al Presidente Chávez, que desprecian a los humildes, a los pobres. Que no tienen sentido nacional, de grandeza. Que siempre apoyaron cualquier aventura golpista, desestabilizadora, por su intolerancia, su odio.
Al final, en el medio de esta profunda crisis económica, política, social, moral, está atrapado el pueblo, el ciudadano, el hombre o mujer de a pié, sufriendo diariamente una situación que no merece.
Está nuestro país, exuberante en recursos y posibilidades, el de los mas hermosos paisajes; nuestra patria heroica, la de Simón Bolívar, cuyo pueblo cruzo un continente llevando libertad; retrocediendo a pasos agigantados en todos los órdenes e indicadores, en una situación de debilidad, aislamiento y postración, que nos harán muchísimo mas difícil recuperarnos e insertarnos en un mundo que, nos guste o nó, está globalizado.
Un mundo donde es hegemónico un sistema capitalista injusto, implacable, que nos devastará aún mas de lo que estamos, arrebatando nuestros recursos naturales y riquezas, como ya sucede en la Faja Petrolífera del Orinoco, en nuestra fachada caribeña y en el Arco Minero; llevándose a nuestros jóvenes, profesionales, como pasa hoy día con cientos de miles que huyen del país, naufragando nuestras posibilidades de desarrollo.
Esta crisis estructural está sumergiendo a nuestra Venezuela en una situación de debilidad y precariedad tal, que nos expone a cualquier agresión externa, escenario cruento o que vulnere nuestra soberanía e integridad territorial, como sucede ahora mismo con la explotación de petróleo que la «Exxon Mobil» adelanta, increíblemente, en aguas que están en la zona de reclamación con Guyana, y que nos bloquea completamente la salida a nuestra fachada atlántica.
Nuestro pueblo no merece ésto, lo que está pasando. Nuestro pueblo, ese que salió el 13 de Abril y que pacientemente ha resistido y derrotado los embates del fascismo, del golpismo durante todos estos años, no merece que nuestra prosperidad se haya cambiado por una caja Clap, además, con alimentos de dudosa calidad nutricional, importados; que tenga que vender su conciencia por un Carnet, a través del cual recibir bonos de hambre; que su trabajo no valga nada, ni su salario; que la moneda que lleva el nombre del Padre de la Patria, no tenga valor; que se necesiten bolsas llenas de dinero sin valor, para comprar apenas un producto diario, o que ni siquiera se pueda comprar nada.
No merece que la mega devaluación haya expropiado los ahorros de los trabajadores, asalariados, profesionales; no merece que nuestras Misiones se hayan desmantelado, burocratizado, capturadas, sólo para ser utilizadas y obligadas a participar, aplaudir sin pasión en las interminables y cada vez mas escazas movilizaciones o eventos de propaganda.
Los trabajadores de PDVSA, los héroes en la derrota del sabotaje petrolero, los miles de jóvenes profesionales que acudieron al llamado de la revolución para recuperar la empresa, no merecen ser tratados como delincuentes, ofendidos, maltratados como en un territorio enemigo, desprestigiados, avergonzados en público, ante el pueblo, hablando en voz baja en los pasillos de La Campiña, porque se les presume de antemano culpables; que se sientan apenados de su origen, que el trabajo de tantos años haya sido destruido por un grupo de irresponsables, oportunistas, que se repartieron la empresa para entregarla. No merecen que se les coloque en «flotavén», se les mantenga sin trabajar, pero marcando tarjeta, para, finalmente, mandarlos a disfrutar de sus obviamente largas vacaciones, (antes, en el clímax del trabajo creativo, nadie nunca deseaba tomarlas), para luego despedirlos, sin importarles que pierdan su jubilación, ni pagarles debidamente sus correspondientes prestaciones sociales.
No merecen ésto los soldados del 13 de abril, los que no rindieron honores a los golpistas, los que enarbolaron las banderas, saludando al pueblo desde el Palacio Blanco; no merecen nuestros dignos oficiales, ver, lo que está pasando, después de todo lo que arriesgaron; no lo merecen los Comandantes y oficiales del 4F o 27 de Noviembre, hoy presos, perseguidos o sencillamente, hechos a un lado.
Tampoco lo merecen los jóvenes que hoy salen como pueden, incluso caminando, del país, aquellos niños de la patria, los de las Escuelas Bolivarianas, los del Sistema de Orquesta, los de las Universidades que han estudiado, crecido en Revolución, y hoy día tienen que dejarlo todo, abandonar sus sueños y su patria, para ir a ser maltratados, o a trabajar con mucha dignidad, en una tierra que no es la suya, pero en un trabajo que no era su sueño, ni su aspiración.
No lo merecen los profesionales, ingenieros, médicos, odontólogos, arquitectos, músicos, tantos que han tenido que salir del país, a empezar de nuevo. No lo merecen los hijos de los inmigrantes, que acentuaron cada día su sentimiento venezolano, a los que nuestra patria recibió hace tantos años, que vinieron esperanzados de establecerse para siempre y en lo adelante; y ahora, deben volver, repitiendo la historia de sus padres o abuelos, a su país de origen, buscando entre las fotos la de aquella familia lejana que posiblemente los reciba.
Todos los que salen por miles del país, dejan sus afectos, aspiraciones, pequeños negocios, casas; sino que además deben sufrir el último vejamen para «apostillar sus vidas», los insultos del «pranato», y las burlas de los trabajos que deben hacer nuestros muchachos para sobrevivir. Hoy salen del país jóvenes de cualquier posición política, de cualquier nivel social.
No es justo para el familiar de cualquiera que haya perdido la vida en la violencia irracional, en los procesos de desestabilización, en la intolerancia y el secuestro; no es justo para las víctimas de Puente Llaguno, ni de la oposición, muertos por francotiradores; ni para los niños guajiros que murieron quemados en un carro llevando gasolina durante el sabotaje petrolero; ni para los trabajadores que derrotaron el sabotaje y lo arriesgaron todo, para estar hoy exiliados, perseguidos, presos, ofendidos; no es justo para los 43 que murieron durante «la salida», ni los mas de 130 que murieron durante la violencia política en 2016; no es justo para el Joven asesinado brutalmente cuando fue quemado vivo, ni para el joven degollado por la guaya, ni para la señora muerta por un objeto lanzado desde un edificio, ni para el joven asesinado a quemarropa por algún cuerpo de seguridad, ni para los soldados y guardias muertos por francotiradores, ni los heridos al paso de una bomba. No es justo para los presos quemados vivos de Carabobo ni para sus familiares.
No es justo tampoco para las parejas que decidieron unirse, a pesar de sus diferencias políticas. No es justo para los miembros del PSUV, quienes se vieron burlados en su buena fé por un grupo «rosado y de colores pasteles», de utilería. No es justo para quien ve su nombre manchado «ex profeso» por quienes lo hacen para mantenerse en el poder. No es justo para el estudiante, que tuvo que salir, a quien sólo por ser venezolano, le niegan una visa de entrada, una admisión universitaria, e incluso la posibilidad de abrir una cuenta que le permita seguir sus estudios.
No es justo para el paciente de una enfermedad crónica, o de alto riesgo, que no consigue sus medicamentos y presiente o tiene el temor real de morir, no lo es para los enfermos, ancianos, o padres desesperados que recorren toda la ciudad con la angustia de no conseguir una medicina, o resolver una emergencia.
Lo que está sucediendo no lo merece nadie. He advertido, en mis escritos desde hace un año, que estamos dando un salto al vacío, he denunciado lo que está sucediendo y lo que va a seguir sucediendo si no hacemos algo. Lo he dicho, y lo digo con convicción, que la salida a esta profunda crisis está en manos del Chavismo. Esta crisis al, final es una crisis del capitalismo, donde Maduro ha sido, de manera inesperada, su mejor aliado, su instrumento perfecto. Desmantelan la revolución, la posibilidad revolucionaria y socialista, al Chavismo y su fuerza, actuando justamente en nombre del Comandante Chávez, como si éste le hubiese dado un poder o permiso para destruir su obra.
Tenemos que hacer algo antes que sobrevenga el fascismo u otra salida de fuerza. Hay que actuar en el marco de la Constitución, pero apegados al sentido profundamente revolucionario del mensaje, ejemplo y legado del Comandante Chávez.
El Chavismo tiene probablemente una de sus últimas oportunidades históricas en el IV Congreso del PSUV que se realizará el venidero 28 de Julio. Allí sabremos si estaremos a la altura o nó de las circunstancias históricas; si nuestro partido, el PSUV, será merecedor de este pueblo y su tremenda responsabilidad y carga histórica; si serán capaces nuestros delegados de levantar la voz y hacer algo para darle una oportunidad mas a la Revolución; si el liderazgo entiende que el madurismo ha fracasado y se llevará al abismo al Chavismo y al país entero.
Ninguno de nosotros merece lo que está pasando, ni los ex ministros, ni los compañeros, ni nuestras familias, hijos, ni los que trabajaron tan duro y prácticamente arriesgándolo todo, en un ejercicio amoroso y revolucionario de la lealtad y compromiso con el Pueblo y la Revolución.
No merecemos, los de Chávez, ser extrañados del país, exiliados, perseguidos, presos, silenciados, sin poder volver a la Patria, a estar entre el Pueblo, contribuyendo de la manera que sea. Mientras los agentes mas connotados del golpismo, la derecha y responsables de los episodios de desestabilización que ha sufrido el país, hablan, declaran, recorren Venezuela, «dialogan» permanentemente con los dirigentes del madurismo, tienen sus derechos políticos intactos; mientras se trata de pactar por la puerta trasera con la «Exxon Mobil», se hacen negocios con grupos económicos en el Arco Minero, en la Faja Petrolífera; mientras ésto sucede, nosotros, los de Chávez, somos perseguidos, amenazados y vilipendiados, somos tratados como no se ha hecho con los peores enemigos de la Patria.
Al final, parece cierto que, como dice la derecha, «la revolución devora a sus hijos», sólo que ésto hace tiempo que dejó de ser una revolución. Habría que decir mas bien que, los que se desvían de los principios, los que no saben defender o proteger a su pueblo o cumplir la misión encomendada, temen verse al espejo, temen a los hombres y mujeres que les recordamos una postura y un juramento al que han fallado, en aras de lo «táctico», «pragmático», lo «conveniente», a veces simplemente, por tener poder o cualquier interés mezquino.
No sólo pasa aquí, pasa en todas partes, no importa cuántas cosas hayamos hecho juntos o trabajado para una ayuda recíproca entre países. Lo llaman la «Realpolityk». Que dirían Chávez y Fidel, hombres extraordinariamente humanos y consecuentes, con los que tuve el privilegio de trabajar y ser testigo de excepción de cuántas cosas hicieron y trabajaron por la felicidad de nuestros pueblos.
Finalmente creo, que el Comandante Chávez y su obra no merecen ésto que está pasando, ni que su historia quede maltrecha por lo que hacen los que mal obran en su nombre. Creo firmemente en el Pueblo, en que todo lo hecho ha valido la pena, y que al final como el «gallo marañón» de los «Últimos días de Pérez Jiménez», después del aturdimiento y el frío de las procelosas aguas del egoísmo, volverá el «Abel de América», a estar en el corazón del Pueblo. Con Chávez siempre, ¡Venceremos!