PODER NACIONAL Y SOBERANÍA

Estos dos conceptos, relacionados intrínsecamente entre sí, son fundamentales para crecer como país y como pueblo, así como, para manejarse en los complejos escenarios de la geopolítica internacional y hacer frente a sus desafíos.

El Poder Nacional, más allá de su acepción jurídica, es la suma de todas nuestras posibilidades, materiales y espirituales. Es la independencia, el Poder del Estado y sus Instituciones; es el Poder Político y Popular; el Poder de la Economía, el Petrolero, el Militar, la Educación, la Ciencia, el Conocimiento; la Fortaleza Moral y Cohesión de una Nación.

Nosotros, durante el gobierno del Presidente Chávez, trabajamos para fortalecer el Poder Nacional, siguiendo la máxima del Libertador Simón Bolívar: “para poder, hay que existir”. Nos concentramos en crear una nueva institucionalidad, un nuevo marco de actuación y guía, contemplado en la Constitución, el libro de todos, que nos tocó defender junto al Pueblo, pasando por el Golpe de Estado, el sabotaje a la industria petrolera y la desestabilización política-económica. 

Sucesivamente, luego de alcanzar la victoria política, nos enfocamos en la batalla por conquistar la Plena Soberanía Petrolera, eje fundamental de la economía. Tomamos el control y manejo de nuestro recurso natural más importante: el petróleo; fortalecimos nuestra empresa nacional, PDVSA —la PDVSA del pueblo—, para desarrollar de manera independiente y propia, nuestras vastas reservas de hidrocarburos. El ingreso de la renta petrolera la pusimos al servicio del Pueblo, con las Misiones y programas sociales, para pagar  la deuda social acumulada y sacarlo de la pobreza y la exclusión, reforzando, la educación y el conocimiento, movilizándolo y cohesionándolo en torno a objetivos nacionales, se trataba de empoderar al pueblo para fortalecer el Poder Nacional. 

Por su parte, el liderazgo del Presidente Chávez, sus propuestas políticas y transformadoras, sacudieron a la América Latina. Lo que sucedía en Venezuela, entonces se convirtió en una esperanza en la larga noche de la globalización, en una referencia para los países del tercer mundo, su mensaje estremeció y retumbó más allá de estos confines, para abarcar el Caribe, Centroamérica, África. Venezuela tenía algo que decir en política internacional, en petróleo, en la OPEP, en la ONU, en la UNASUR y la CELAC; existíamos en el ámbito de la política internacional. 

Luego de la recuperación de la industria petrolera, con el despliegue de la Plena Soberanía Petrolera y los sucesivos ajustes fiscales, la economía nacional crecía de manera permanente, mientras se transformaba, poco a poco, hacia un nuevo modelo: el socialismo; a la vez, nuestro pueblo conquistaba espacios en el ámbito político, social y educativo, construyendo su “vivir bien”, cumpliendo con su deber social, trabajando en función del interés colectivo. 

En el ámbito de la política interna, había plena libertad y garantías, todos los sectores se expresaban, había una intensa discusión política, algunas veces más enconada que otras, pero se hacía un ejercicio pleno de la política con “P” mayúscula. Existía un debate nacional, con modelos en pugna, pero el gobierno estaba sujeto siempre a la voluntad popular. El país avanzaba, con tropiezos y pugnacidad pero siempre, en el marco constitucional. 

La conquista y el fortalecimiento del Poder Nacional, desestimulaba cualquier tipo de agresión contra nuestro país. Venezuela se respetaba. La Administración de George W. Bush siempre fue hostil al país, pero estaba contenida por el Poder Nacional acumulado y, sobre todo —entre otras cosas— porque en Venezuela producíamos 3 millones de barriles de petróleo al día, lo que nos mantenía entre los principales países exportadores de petróleo del mundo.

La Exxon Mobil, que siempre aspiró tomar control de la Faja Petrolífera del Orinoco y del Esequibo, territorio hasta el cual se extienden nuestras formaciones de hidrocarburos (roca madre La Luna-Querecual), estaba igualmente contenida. La teníamos a raya, por nuestra vigilancia y presencia permanente en el territorio y, porque tal como se hizo en el año 2000, no permitíamos que Guyana avanzara un milímetro en sus pretensiones de otorgar licencias petroleras en el área en disputa. 

Las transnacionales petroleras que tenían presencia en el país (más de 33), se ajustaron a nuestro marco legal y fiscal, mientras PDVSA —la PDVSA del Pueblo— tenía la capacidad financiera, técnica y gerencial, de operar nuestros campos y liderar el desarrollo de nuestras reservas de petróleo y gas. Era el Poder Petrolero en su máxima expresión, garantizando el ejercicio pleno de nuestra Soberanía.

Cuando se levantó una amenaza real, cierta, de agresión militar desde Colombia, con el gobierno de Álvaro Uribe —siempre hostil hacia la Revolución Bolivariana—, fortalecimos nuestro Poder Militar, un Poder disuasivo, dotando a nuestra Fuerza Armada de los medios y de la alta tecnología para defender nuestro territorio. 

El concepto de Soberanía era, así, una acepción integral: la Soberanía Política, Petrolera, Económica y Territorial. Venezuela pasaba de ser un país periférico de la economía norteamericana, a uno independiente de cualquier Poder hegemónico, con un Proyecto de Desarrollo Nacional, plasmado en el Plan de la Patria.  

Venezuela contaba, entonces, con la legitimidad internacional otorgada por el apoyo popular y el apego a la Constitución, ocupando un espacio en la arena de la geopolítica mundial y con un protagonismo indudable, en su ámbito político, petrolero y social. A eso, es a lo que se refería Chávez cuando decía  “tenemos patria”.

Lo que resulta increíble de todo ésto, es cómo aceleradamente, luego de la muerte del Presidente Chávez, estas conquistas fueron dilapidadas por los actuales gobernantes. Ver cómo el Poder Nacional ha sido fracturado y diluído, cómo se ha entregado nuestra Soberanía, al punto, que hoy cualquiera patea a Venezuela, desde las transnacionales, hasta un carcelero centroamericano.  

Cuando se arremetió en contra de PDVSA, nos persiguieron, nos exiliaron y encarcelaron a sus trabajadores. Militarizaron la empresa. Estaban degollando la gallina de los huevos de oro, nuestra industria petrolera, factor fundamental de nuestro Poder Nacional, entregándola al saqueo de los nuevos grupos de poder. 

Hoy, PDVSA es un cascarón vacío, una simple administradora de contratos, la cual no produce, ni siquiera, 300 mil barriles diarios de petróleo, donde nuestra menguada producción de 900 mil barriles al día, está en manos de las transnacionales. El gobierno y sus ministros se rasgan las vestiduras en defensa de la Chevron, mientras tiene en prisión o fuera de la empresa, a cientos de brillantes gerentes, técnicos y trabajadores, que la recuperaron después del Sabotaje Petrolero y que mantuvieron nuestros niveles de producción en 3 millones de barriles día, entre 2003-2013. 

A PDVSA la desmantelaron, entregando sus buques, taladros, equipos, llegando a vender sus partes como chatarra, mientras cedieron las áreas operacionales —de PDVSA— a los privados. Hoy el país ha perdido cualquier relevancia en el ámbito petrolero internacional, es un fantasma en la OPEP. 

La economía fue entregada al sector especulativo y financiero, se dolarizó y las empresas del Estado fueron desmanteladas y entregadas a los nuevos “emprendedores” o, sencillamente, se dejaron perder.  Nosotros invertimos miles de millones de dólares en empresas y proyectos para construir un nuevo modelo económico nacional, y todo eso fue dilapidado. Hoy el gobierno no es capaz de contener la inflación, porque no produce nada. Es incapaz de mantener un tipo de cambio, porque no le interesa, porque con bolívares devaluados pagan los salarios, porque el salario mínimo es de apenas 2 dólares mensuales. ¡El paraíso de Milei! 

El gobierno no tiene nada que mostrar, sólo cárceles y policías. Todo es un caos: la electricidad, los servicios públicos, el petróleo. Ya no pueden seguir echándole la culpa a Chávez, porque ellos tienen 12 años en el poder. 

Han destruido el Poder Nacional y cedido la Soberanía. Venezuela es un país de extracción, en un permanente remate,  donde se llevan el oro, destrozando nuestros ríos y selvas, saquean nuestro petróleo, el gas se lo entregan a las transnacionales en Trinidad y Tobago, la empresas del Estado cedidas a las élites económicas, la economía fuera de control, entre el infierno y el purgatorio. 

Nuestro pueblo escapa, por millones. Son maltratados, vejados, tratados como criminales, y a nadie le importa. El gobierno los usa para sus negociaciones. Son piezas de canje político. 

Todo lo que está pasando en el país es muy grave, no hay manera de que este gobierno haga frente al tsunami que se le viene encima. La inminente salida de Chevron y de otras transnacionales reviste un carácter de gravedad, no porque las necesitemos, sino porque PDVSA no está en capacidad, en este momento, con su dirección, de hacer frente a esta contingencia, pues no se trata de un problema técnico, sino político, pues el problema está en Miraflores

La imposición de aranceles a las ventas de nuestro petróleo, tendrá un efecto devastador, porque Venezuela abandonó sus mercados y su capacidad productiva, e incluso, su flota de buques. El comercio petrolero venezolano PDVSA lo cedió  a los “enchufados” del gobierno, una tribu de oportunistas sin experiencia, sin probidad y sin capacidad. Los aranceles son parte de los mecanismos proteccionistas del capitalismo internacional y los países que son afectados,  donde se entra en una guerra comercial, como han hecho China, Canadá y México, porque tienen cómo responder. No hemos visto a ninguno de los líderes de esas naciones pegando gritos o vociferando, y mucho menos, cediendo ante las condiciones impuestas, sino respondiendo con hechos concretos, porque tienen Poder Nacional. 

Lo que sucede en El Esequibo, lo hemos dicho hasta el cansancio, lo hemos advertido. Es muy grave, pues se ha configurado, por culpa del gobierno, una mezcla de incapacidad e irresponsabilidad políticas,  un despojo de nuestro territorio y nuestros recursos petroleros y gasíferos. 

Desde 2013 cuando Guyana emitió las primeras licencias a la ExxonMobil y la CNOC de China, el gobierno dejó hacer, dejó pasar, no impidieron que la Exxon perforara más de 40 pozos en el área buscando petrolero, no impidieron que la Exxon Mobil instalara tres plataformas gigantes de extracción en las propias narices de nuestra Fuerza Armada por lo que hoy Guyana produce 620 mil barriles de petróleo al día y ocupa de facto El Esequibo.

La respuesta del gobierno fue un plebiscito inútil, nombrar una autoridad para el nuevo “Estado Guayana”  ubicada Tumeremo, a más de 350 kilómetros del sitio de los acontecimientos, así como mostrar, de vez en cuando, algún oficial con un caso en un barco y en fín, puro aguaje. Mientras, la Exxon Mobil y la CNOOC —por cierto, junto a la Chevron—, siguen produciendo petróleo en El Esequibo y Guyana avanza con un poderosos equipo legal en el juicio ante la Corte Internacional de Justicia, mientras que, el Presidente de Guyana, se toma la foto con el Secretario de Estado Norteamericano, quien declara a favor de sus pretensiones, igual como hicieron los países del CARICOM. El resto de los países de la región, incluso los históricamente más cercanos a Venezuela, guardan un silencio prudente. 

Una de las razones fundamentales por las cuales Venezuela está aislada del mundo y, en particular, de la región, es la falta de legitimidad del gobierno  ante unos resultados electorales, cuestionados por “tirios y troyanos”, y un inocultable rechazo popular. Un país destruido y un pueblo en estampida. El gobierno no está en capacidad de obtener apoyo internacional. Nadie se va a “tomar esa foto”, ni acompañar sus acciones y amenazas. 

El tono, siempre agresivo y vulgar, de las respuestas del gobierno a una situación tan grave, así como los insultos y amenazas, no solo quedan en el aire y banalizan una situación tan compleja (como si estuviesen en una pelea callejera), sino que, a nivel internacional, no concita la simpatía ni el apoyo de nadie; al contrario, provoca rechazo y alejamiento, convirtiendo a Venezuela en un país paria. 

Estamos ante un escenario donde la economía nacional, a pesar de la propaganda del gobierno en las redes sociales, puede terminar de colapsar; y donde nuestro país está en vías de perder importantes elementos de su Soberanía Nacional, incluyendo el Esequibo y nuestro acceso a la Fachada Atlántica; todo ello, ante la insensatez y el estruendoso fracaso de quienes se hicieron con el poder.

Hay que lograr un cambio político. No se trata de salir de un abismo para caer en otro. Tampoco de canjear Soberanía por poder y, menos aún, pasar de un tutelaje a otro. Buena parte  del liderazgo político del país ha demostrado no estar a la altura de la situación, de las exigencias de esta tragedia, sus intereses grupales y mezquinos, lo impiden.

Nos corresponde a todos asumir conscientemente nuestro deber: a los trabajadores, a los civiles, a los militares, a los patriotas. Detener esta barbaridad, luchar  por salir del abismo, recuperar nuestros derechos, nuestro Poder Nacional y Soberanía. Sólo entonces, volveremos a tener Patria.