Hace exactamente 17 años, el país era sacudido por uno de los eventos políticos de más trascendencia en nuestra historia política contemporánea: el Sabotaje Petrolero.
No deja de resultar extraño que un episodio político tan importante y de tan nefastas consecuencias, no sea recordado por nadie del gobierno, ni del mundo político en general. La explicación resulta lógica: aquella fue la épica del presidente Chávez, de nosotros a su lado, de los trabajadores de la Nueva PDVSA, de los militares patriotas y del pueblo venezolano.
Las fuerzas que hicimos frente y derrotamos al Sabotaje Petrolero, somos una mezcla que aterroriza tanto a maduro como a la oposición: Chávez-pueblo-trabajadores y Fuerza Armada. Fue la epopeya de un gobierno revolucionario, el de Chávez, y un pueblo movilizado y en revolución. Pero además, puso al descubierto el centro de la confrontación por el poder en el país: el petróleo.
Hace 17 años, en diciembre de 2002, la alta gerencia de PDVSA se sumó al paro empresarial convocado por la CTV-FEDECÁMARAS y la entonces Coordinadora Democrática, agrupando a los partidos de la oposición, con el propósito manifiesto de derrocar al presidente Hugo Chávez.
Luego del golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y su derrota producto de la reacción cívico-militar que restableció el hilo constitucional y retornó al presidente Chávez a Miraflores en aquellos extraordinarios sucesos del 13 de abril, la oposición venezolana seguía ensayando mecanismos y acciones desestabilizadoras para derrocar al gobierno.
Plaza Altamira se convirtió en epicentro de las concentraciones de la oposición del este de Caracas, y tribuna de abierta conspiración donde se pronunciaban, un día tras otro, oficiales golpistas en abierto desacato al presidente Chávez. Por ese estrado de la vergüenza desfilaron políticos, empresarios, curas, militares. Toda una fauna golpista, provocadora, incitando al odio, al desconocimiento de la Constitución y del pueblo.
Fue un año difícil para la revolución. El presidente Chávez había sido derrocado y hecho prisionero por factores militares que hasta ese momento lo rodeaban y adulaban; por los medios de comunicación, que propagaban su discurso de odio; por la jerarquía de la iglesia, por todos los factores políticos de la oposición que contaban con el apoyo del gobierno norteamericano y los poderosos intereses de las transnacionales petroleras. La promulgación de las 43 leyes habilitantes; y, en particular, de la nueva Ley de Tierras y la Ley Orgánica de Hidrocarburos, desataron el golpismo.
El presidente Chávez se recuperaba del golpe de Estado, del desconcierto y la traición que sufrió por parte de prominentes miembros del gobierno y del ejército, de amigos e instituciones. El Comandante reafirmaba su compromiso con el pueblo, quien era el único que no le había fallado, tal y como lo demostró el 13 de abril. Revisó a profundidad la Fuerza Armada, su gobierno y apoyos políticos; vendría una nueva etapa. El 17 de julio de 2002 fui llamado por el presidente Chávez para ocupar la cartera del ministerio de Energía y Minas, el sector petrolero, el epicentro de la nueva ofensiva conspirativa. Yo en el ministerio de Petróleo y Alí Rodríguez en PDVSA.
Nunca supe si en aquel momento el presidente Chávez estaba al tanto del afecto que me unía a Alí Rodríguez, gran amigo de mi padre desde la época de las guerrillas, cuando ambos eran combatientes de las FALN; una amistad forjada en los años del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, la Junta Patriótica de Fabricio Ojeda, y luego, la épica y el sacrificio de la guerra revolucionaria.
El hecho es que Alí estaba aislado en una junta directiva de golpistas, donde trabajó en contener el nuevo golpe, el cual era solo cuestión de tiempo. Por mi parte yo había tomado el control del ministerio de Petróleo, deslastrando a la institución de los factores que se habían sumado activamente al golpe de Estado. Preparaba las condiciones para restablecer en el ministerio la conducción de la política petrolera y dar la batalla por la Plena Soberanía Petrolera. Alí y yo trabajamos estrechamente, en permanente coordinación y hermandad de propósitos y afecto.
Conocía a los factores políticos que tenían el control férreo de PDVSA. Como presidente del Ente Nacional del Gas, en septiembre del 2000, me tocó dar la batalla por el gas, recuperarlo para el país, cancelar la inminente privatización y su entrega a la ENRON, Exxon Mobil y Shell (años después maduro concretaría esta entrega e invitara a las mismas transnacionales a manejar y llevarse el gas del país).
En el ENAGAS, contaba con el irrestricto apoyo de nuestro entrañable amigo Bernardo Álvarez y del presidente Chávez, quien me designó en el cargo, a pesar de la oposición del todopoderoso ministro Luis Miquilena. Nos correspondió dar la batalla del gas, confrontar al general Guaicaipuro Lameda, presidente de PDVSA y a la élite gerencial autoproclamada “meritocrática” de la empresa, la cara visible de la nefasta “Apertura Petrolera”.
Desde la junta directiva del profesor Gastón Parra Luzardo, pudimos conocer en detalle la inmensa estructura de poder creada por las élites transnacionales en PDVSA; las verdaderas dimensiones de ese “Estado dentro del Estado”, el desprecio hacia el pueblo y, por supuesto, su rechazo al presidente Chávez y a nuestra novísima Constitución y sus leyes.
Durante el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, la gerencia petrolera ya había ensayado una paralización de las operaciones de PDVSA en coordinación con las movilizaciones hacia Miraflores y las operaciones golpistas. Luego en su euforia y borrachera declarativa del 12 de abril, acuñaron aquella reveladora frase de “ni un barril de petróleo para Cuba”. Estaba claro para nosotros que PDVSA estaba controlada por factores muy politizados y reaccionarios, el próximo campo de confrontación era evidente, la gerencia petrolera estaba politizada y muy activa.
Ya como ministro de petróleo y Alí como presidente de PDVSA, el presidente Chávez creó el grupo “Colina” para hacer frente a la nueva arremetida del golpismo, ahora desde PDVSA. Toda la información que provenía de los trabajadores de la empresa nos indicaba que los factores golpistas se agrupaban y organizaban en torno a “la gente del petróleo” para participar activamente en el golpe continuado contra el presidente Chávez. Nos preparamos para una confrontación inminente, de cuyo desenlace dependería la suerte del gobierno y de la revolución.
En la estrategia de golpe continuado de aquel 2002, luego del golpe de Estado, la oposición activó Plaza Altamira y convocó sucesivos “paros” y actos de desconocimiento de la autoridad del gobierno. Se trataba de continuar haciendo ingobernable al país, mantenerlo en zozobra y parálisis. Llevaron la violencia a la calle, activaron todos los factores desestabilizadores a favor de un segundo golpe, esta vez petrolero, buscando paralizar el corazón de la patria.
El 2 de diciembre de 2002 inicia el paro convocado por Fedecámaras y la CTV. Éste, a pesar de que grupos armados de la oposición cerraban y amenazaban negocios, medios de transporte y aterrorizaban a los que querían trabajar, no tuvo la acogida esperada por los golpistas. Por ello, era necesario radicalizar y hacer algo drástico en PDVSA.
El 4 de diciembre, el tanquero de PDV-Marina Pilín León, cargado de gasolina, es fondeado en el Lago de Maracaibo, evidenciando desde este momento la participación activa de la alta gerencia de PDVSA en el paro. A partir de allí, otros 12 buques cargueros se suman al sabotaje, acción que contó con cobertura 24 horas diarias por los medios privados. La estrategia de los golpistas estaba clara: bloquear las exportaciones de petróleo para que los tanques de almacenamiento rebosaran de petróleo y por esa vía ir parando la producción, como efectivamente sucedió.
Por otra parte, la paralización del Pilín León, del Yavire y toda la flota de cabotaje (transporte marítimo entre nuestras refinerías), buscaba paralizar el suministro del mercado interno de gasolina, gas y otros combustibles. En PDVSA teníamos almacenamiento para algunos días, pero sabíamos que la suspensión del suministro de combustibles al pueblo crearía un caos. Sin embargo, los golpistas necesitaban paralizar al país de inmediato, radicalizar las acciones.
El día 6 de diciembre, junto a un grupo de compañeros, el Toby Valderrama entre ellos, me dirijo a verificar la situación en la refinería de Puerto La Cruz y en el Complejo de Jose, los principales terminales de exportación. Allí encontramos que la alta gerencia se había ausentado de sus puestos de trabajo, sumados a la conspiración, articulados por la televisora Globovisión, su gran propagandista. Había más de 20 buques fondeados en Guaraguao, sin posibilidad de cargar petróleo. La compañía norteamericana que gestiona el terminal de Jose, producto de las decisiones de la Apertura Petrolera, se había sumado a la paralización de las operaciones. La “gente del petróleo” y los factores de la oposición entraron al edificio de la refinería a confrontarnos. Nos habíamos metido en “la cueva del lobo”, intentaba convencer a los supervisores y gerentes que asumieran su responsabilidad y restablecieran las operaciones. No había nada que hacer.
Salimos del edificio sede con el general de la GN, Jefe del Destacamento en Puerto La Cruz, quien quería abandonarnos allí y dejarnos sin posibilidades de movilización. Lo conminé también a asumir sus responsabilidades. Sin embargo, cuando llegamos al terminal aéreo del destacamento, la actitud de los guardias nacionales era hostil: estaban viendo por televisión lo que sucedía en Plaza Altamira, donde el paciente psiquiátrico João de Gouveia, dispara contra manifestantes, dejando un saldo de tres personas muertas y 28 heridos. Había mucha confusión. Yo debía volver a Caracas, informar directamente al presidente Chávez, quien, desde Miraflores, se había puesto personalmente al frente de la batalla por el petróleo, por PDVSA. El enemigo, los golpistas, estaban a la ofensiva.
Aterrizando en Caracas me informan que esa misma noche llegaron y trataron de entrar a mi casa personas de la oposición o policías municipales armados y encapuchados, profiriendo acusaciones por lo de Plaza Altamira, en lo que parecía más bien una noche de “cuchillos largos” contra los dirigentes del gobierno. Mi familia, mi esposa y mis dos pequeños hijos, se refugiaron en casa de mi hermano.
Nosotros seguíamos en batalla, desde el Despacho en el ministerio de Petróleo, entre Miraflores y la Campiña, recibiendo reportes, informes de la situación en todo el país. Los canales de televisión acusaron al chavismo de los sucesos de Plaza Altamira (después Gouveia confesó que todo era parte del plan golpista). La oposición necesitaba un disparador emocional, tal como hicieron en Puente Llaguno durante el golpe del 11 de abril. Esa era la estrategia que les permitiría radicalizar y movilizar a sus partidarios, más por el odio que por la razón.
A partir de allí, las refinerías, centros operacionales, terminales, lanchas y remolcadores del Lago de Maracaibo, todas las operaciones fueron saboteadas por la “gente de petróleo” y la gerencia, que no sólo se plegó a la paralización de la empresa, sino que saboteó las instalaciones, produciendo daños multimillonarios a la empresa y el país.
Para el sábado 7 de diciembre había sido convocada una concentración en apoyo al gobierno y la revolución en la avenida Urdaneta, frente al Palacio de Miraflores, en Caracas. Esa mañana fui a informar al presidente de la situación que observaba, darle un parte politico-operacional. Estaba en la antesala cuando me percaté que había un miembro de la junta directiva que también esperaba para ver al presidente. Éste representaba una posición extendida en el gobierno y en la directiva de PDVSA, e incluso dentro de los factores políticos de la revolución, que le sugerían al presidente Chávez que negociara con la “gente del petróleo” para que llegara a acuerdos e hiciese concesiones. Estaba claro que en esa antesala estaban representadas dos posiciones: la nuestra que apostaba al restablecimiento de la autoridad del Estado y retomar el control de PDVSA; y la que conminaba al gobierno a negociar con los golpistas en PDVSA, como si se tratase de otro gobierno.
El edecán se aproxima y me dice que el presidente Chávez me iba a recibir. Con eso quedó claro que el presidente había optado por la posición de restablecer la autoridad del Estado, dar la batalla por el control de PDVSA.
El presidente estaba en su despacho, calmado, pero tenso. Me invitó a comer, le reporté todo lo visto y le di mi impresión de que estábamos a la defensiva; todo lo que se había desatado en PDVSA, de que la paralización de la industria era inminente en cuestión de horas debido a que la alta gerencia se sumó de forma mayoritaria y violenta al sabotaje. Incluso, le transmití la actitud débil del jefe militar en la zona, del asalto a mi casa; y, en general, de la atmósfera que crearon los medios de comunicación en contra del gobierno al culpar al chavismo de los sucesos de Plaza Altamira. Al final de mi exposición, estábamos sólo él y yo, y le digo: presidente, el Sabotaje Petrolero es nuestra “Bahía de Cochinos”, depende de nuestra respuesta lo que suceda con nuestro gobierno y la revolución. Se me quedó viendo fijamente. Terminamos de inmediato la comida, y me dijo que lo esperara en la “puerta dorada”.
Afuera se escuchaban las consignas, la algarabía y combatividad del pueblo que masivamente se concentró en la avenida en apoyo al comandante Chávez. De repente, se abre la “puerta dorada” y veo al l presidente venir a paso marcial, decidido, con su boina roja terciada. Me llama y voy a su lado, a paso militar todos. La expectativa tensaba el ambiente en el Palacio mientras todos esperaban por las decisiones del comandante. Caminamos en grupo por un corredor a lo largo del cual había soldados y compañeros de Miraflores hasta la entrada lateral de la tarima. La algarabía era tremenda, la atmósfera de combate. Emerge el comandante a la tarima, a la vista del pueblo, saluda y la avenida se estreme por olas sucesivas de consignas y el prolongado saludo como una muestra colectiva de afecto y reconocimiento. La alta moral y combatividad del pueblo eran realmente emocionantes, se sentía la fuerza del huracán popular.
El presidente saluda y va al podio, yo lo acompaño y tomo mi puesto. Ninguno sabía qué diría el presidente, pero tenía la certeza de que haría lo correcto. No me defraudó, nunca lo hizo. Con su voz de trueno, el presidente explicó al pueblo cuál era la situación, difícil sin duda, cuáles eran las intenciones de los factores golpistas y cómo habían paralizado y saboteado la industria. La avenida retumbaba de consignas, la voz del presidente se proyectaba hasta el final de la inmensa concentración, llamando al pueblo, a los trabajadores, al combate por la patria, al combate por el rescate de PDVSA, por la soberanía, a derrotar el sabotaje. Anuncia que acepta la renuncia de toda la junta directiva de PDVSA, mientras ratifica a Alí Rodríguez e instruye que, siguiendo las orientaciones del ministro de Petróleo y trabajando de forma coordinada, hiciéramos todo lo que estuviese en el marco de nuestras leyes y Constitución para derrotar el sabotaje y retomar el control de la empresa. Llamó al pueblo a volcarse a las instalaciones petroleras, a la sede principal de La Campiña en Caracas, a las refinerías, a los campos petrolíferos. Llamó a todo el pueblo a unirse a los trabajadores petroleros y a la Fuerza Armada en la batalla por nuestro petróleo.
El pueblo estaba eufórico, yo, pleno de satisfacción porque iríamos a la batalla, a nuestra “Bahía de Cochinos”, a derrotar a los saboteadores, al golpismo, a defender la patria del ataque artero. En la tarima había caras largas de los que esperaban una negociación, un acuerdo que cocinaban a espaldas nuestras. La persona que quedó esperando en la antesala me llamó por el “telefonito” en tono amenazante, “te saliste con la tuya”, me dijo. Colgué: no conocen al presidente Chávez pensé. Yo estaba seguro que el presidente Chávez se mantendría al lado del pueblo, de los trabajadores, que no se dejaría amedrentar por ningún poder. Sabía que si no conquistábamos esa “colina” que representaba PDVSA para poner el petróleo al servicio del pueblo, no tendríamos ni soberanía, ni desarrollo, ni patria, ni nada.
A partir de ese momento, pasamos a la ofensiva: nos desplegamos por todo el país, a todas las áreas petroleras y junto a nosotros el pueblo, volcado a todas las instalaciones petroleras para garantizar el acceso de los trabajadores y la reactivación de las operaciones. Se nos sumaron voluntarios, gerentes patriotas, trabajadores, muchos de ellos incluso retirados de la industria, oficiales de todo el país.
Con Chávez al frente, dimos una de las más hermosas batallas en defensa de nuestra Patria, de la Constitución, de nuestra empresa, de nuestro petróleo. A mediados de diciembre, con la retoma del Pilín León, se perfilaba ya la derrota del Sabotaje: luego retomamos el Yavire (buque de GLP fondeado frente a Guaraguao), reactivamos el llenadero de Yagua, de El Vigía, Bajo Grande; las operaciones lacustres en el Lago de Maracaibo, la Costa Oriental del Lago; la activación de operaciones en el norte de Monagas, El Carito, Anaco, El Tigre, Morichal, Barinas, Apure, la Faja Petrolífera del Orinoco; la reactivación de el Palito, Puerto La Cruz, el terminal de Jose; luego vino la retoma y activación del Complejo Refinador Paraguaná, mientras se fueron retomando paulatinamente las sedes administrativas de PDVSA, lo que nos permitió mudar la sede del ministerio de Petróleo a la Campiña, en la Torre Oeste, junto a lo que sería la Nueva PDVSA. Muchas sedes de PDVSA en Caracas, donde no se justificaba tal cantidad de empleados, las entregamos para las universidades del país: La sede de los Chaguaramos a la Universidad Bolivariana, la de Chuao a la UNEFA, la del Edificio Sucre al Colegio Universitario de Caracas.
Todas las áreas e instalaciones petroleras se convirtieron en escenarios de heroísmo, de desprendimiento, de amor patrio. Cada quien hizo lo que tenía que hacer, sin protagonismos, ni mezquindades en esa batalla de gran contenido popular, con los trabajadores, la Fuerza Armada, la unión cívico-militar, el espíritu del 13 de abril. Un pueblo en revolución con Chávez, dando la batalla que abriría las puertas a nuestra Plena Soberanía Petrolera, al nacimiento de la Nueva PDVSA, la Roja Rojita, la de las misiones, de la ofensiva popular, de la distribución popular y revolucionaria de la renta petrolera; la del petróleo para el pueblo.
Es una historia hermosa, plena de entrega y compromiso de los trabajadores y del pueblo. A todos, mi abrazo y saludo, mi eterno reconocimiento. Hoy, muchos están perseguidos, fuera de la empresa, del país, exiliados de la patria, vilipendiados, presos. Los trabajadores patriotas que fueron condecorados por el presidente Chávez, hoy son jubilados, perseguidos, amenazados por el gobierno, acusados de corruptos, encerrados como criminales. Otros, han fallecido: algunos en silencio, sin el valor de decir nada, otros, muertos en prisión, secuestrados.
De la PDVSA Roja Rojita, la Nueva PDVSA, no quedan sino las ruinas producto de la improvisación, irresponsabilidad y pésima gestión de este gobierno. Muerto Chávez y exiliado su ministro de Petróleo, los que ayer desde el gobierno propugnaban un pacto, hoy en el gobierno, tienen el control de la empresa, a la que han destruido y entregado a precisamente los mismos intereses que derrotamos durante las heroicas jornadas de hace 17 años. Hoy día en la Asamblea Nacional, el espacio perfecto para los pactos y acuerdos secretos, el gobierno y la oposición negocian, de espaldas al país, la entrega de PDVSA, del petróleo, del gas.
No basta todo el daño a PDVSA y la entrega del petróleo y el gas que ha hecho el gobierno de maduro con el aplauso de la Asamblea Nacional Constituyente. No, necesitan el apoyo de la oposición para dar seguridades a los factores transnacionales, a los nuevos y a los viejos. En la Comisión de Energía de la Asamblea Nacional se negocian nuevas leyes y modificaciones a las leyes petroleras, para permitir la entrega de las operaciones de PDVSA a las transnacionales, echando por tierra la obra y el legado del presidente Chávez, la política de Plena Soberanía Petrolera.
Mientras el país sufre las consecuencias de la absurda e irracional arremetida y odio de maduro en contra de la Nueva PDVSA, la Roja Rojita y sus trabajadores, la empresa se desplomó y con ella la economía. No hay ingresos petroleros, no hay dinero para sostener ni siquiera los aspectos básicos de alimentación, salud, educación, el gasto público. maduro miente, reivindica la destrucción de PDVSA y la entrega del petróleo como “derrota del modelo rentista petrolero”, mientras agradece a Dios la dolarización de la economía, la ruina del país.
Producto de la acción criminal del Sabotaje la producción de PDVSA cayó, en apenas un mes, a 23 mil barriles día, sus refinerías y sistemas de control fueron saboteadas, su flota de tanqueros fondeada y saboteada, paralizado el suministro de gasolina, gas y diésel al país, suspendidas las exportaciones de petróleo, sin ingresos petroleros. Sufrimos pérdidas directas del orden de los 14 mil millones de dólares, además de una caída del 15% del PIB y la angustia y paralización del país. El equipo de dirección que asumimos el restablecimiento de las operaciones, articulados y subordinados al Estado venezolano, fuimos capaces de recuperar la plena normalidad operacional de la empresa en un período de seis meses. Entonces, llevamos la producción a tres millones de barriles día, restablecimos la plena capacidad de nuestras refinerías, abastecimos el mercado interno de combustibles, gasolina, diesel y gas y volvimos a exportar petróleo, captando los recursos indispensables para la economía nacional. La recuperación de PDVSA fue una demostración extraordinaria de la capacidad y compromiso de nuestros trabajadores y gerentes patriotas. Allí se forjó la Nueva PDVSA, la Roja Rojita, la PDVSA del pueblo.
Esa empresa no existe mas, destruida por el madurismo. Hoy día la producción de petróleo apenas roza los 697 mil barriles día, según el reporte de noviembre de la OPEP, no hay gas, las refinerías operan a solo 10% de su capacidad, no hay gasolina, ni combustibles. La economía nacional ha colapsado. El pueblo sufre el efecto del gobierno de maduro, que ha sido más devastador que el sabotaje petrolero. Lo peor ha sido el éxodo, la diáspora de nuestros trabajadores, aquellos que acudieron al rescate, que crecieron en la nueva PDVSA y hoy están fuera del país y de la empresa. Son más de 30 mil, trabajadores maltratados, ofendidos y vilipendiados por el madurismo y los militares que la administran como si fuese un cuartel. PDVSA hoy en ruinas es rematada por sus verdugos, cedida por pedazos, entregado nuestro petróleo, aquel que costó sangre y tanto sacrificio a la patria, como siempre lo recordaba el presidente Chávez.
A los trabajadores petroleros, a los voluntarios, oficiales militares, al pueblo humilde de esa hermosa gesta, a los héroes de la derrota del sabotaje petrolero, donde quiera que estén, en cualquier circunstancia, vaya mi abrazo, solidaridad y mensaje: volveremos a recuperar nuestra empresa, volveremos para reconstruirla y levantarla de sus ruinas, para recuperar su moral, combatividad, plena capacidad operacional, para que vuelva a ser instrumento de liberación, de nuestra soberanía, para que nuestro petróleo y nuestro gas vuelvan a estar al servicio del pueblo, su único e irrenunciable dueño.
¡Con Chávez siempre Venceremos!