La elección de Lula Da Silva como presidente de Brasil, constituye indudablemente, una victoria del pueblo brasileño y del movimiento popular en Latinoamérica. Es un hecho que, junto al triunfo de Gustavo Petro en Colombia; y, anteriormente, de Gabriel Boric en Chile, nos debe llenar de Esperanzas y fuerzas para entender, que un cambio político, una salida –hacia la izquierda– del abismo en el que se encuentra Venezuela, es posible.
La victoria de Lula, acompañado de amigos de nuestro pueblo, como la ex presidenta Dilma Rousseau, el ex canciller Celso Amorim y el liderazgo del Partido de los Trabajadores, junto al movimiento popular y social brasileño, viene a ser una fuerza política y moral que, desde una perspectiva progresista, de izquierda, y con base en lo que ha sido su conducta política de respeto a los derechos humanos, la justicia social y la democratización de su propio país, podrán ayudarnos a superar la situación de estancamiento y restauración reaccionaria en Venezuela, con el gobierno de nicolás maduro.
Porque Lula Da Silva, no sólo derrotó al presidente Jair Bolsonaro, exponente intolerante y violento de la derecha brasileña, sino que, también derrotó, a lo que nicolás maduro representa, con su gobierno represivo y su política económica depredadora y de choque que ha empobrecido al pueblo venezolano.
Lula fue capaz de superar el lawfare, es decir, la utilización de la justicia como instrumento de persecución política, así como, la terrible campaña de descrédito en redes sociales y grandes medios de comunicación en su contra. Todo ello, gracias a que, en Brasil, a pesar de la existencia de un gobierno como el de Bolsonaro, hay Estado de Derecho; por lo que, Lula pudo salir en libertad y contar con las garantías y condiciones para postularse como candidato presidencial y recorrer su inmenso país en campaña política, movilizando al pueblo brasileño para derrotar el oscurantismo impuesto por Bolsonaro.
Lo trágico y triste, es que, en el supuesto que Lula estuviese en nuestro país, éste no hubiese podido ser, ni siquiera, candidato con el gobierno de nicolás maduro. Como dirigente obrero, que lucha por los derechos de los trabajadores, por la justicia social, por la igualdad y en contra de la entrega del petróleo y la destrucción del Arco Minero, es bastante probable que Lula estuviese preso en Venezuela, como lo están hoy día, cientos de trabajadores venezolanos.
Pero si además de ello, Lula hubiese anunciado su intención de postularse como candidato a las próximas elecciones del país, como una opción chavista y revolucionaria, la maquinaria de propaganda del madurismo hubiese arremetido en su contra, desde sus programas de odio; el fiscal sicario y el Poder Judicial, hubiesen levantado nuevas y falsas acusaciones en su contra; el DGCIM hubiese detenido a uno de sus hermanos; y, en fin, utilizarían todo el poder del Estado para impedir que fuese candidato a la Presidencia.
Si en el mismo supuesto, en vez de Lula, fuese Petro, líder del movimiento popular, exguerrillero, o Gabriel Boric, representante de la juventud revolucionaria, quienes siendo venezolanos intentasen participar de la política o aspirar a ser candidatos presidenciales en Venezuela, sufrirían de igual o peor suerte.
Esto es lo que sucede actualmente en el país. El madurismo ha conculcado los derechos políticos de los venezolanos y arremete, con especial saña, en contra de los dirigentes de izquierda y cualquier opción política que reivindique al Presidente Chávez, al Plan de la Patria y al socialismo, lo cual constituye una violenta negación a las posibilidades de salidas constitucionales a la terrible e inocultable crisis que vivimos. Cierran las puertas Constitucionales y las abren a la violencia.
Es importante notar que el madurismo actúa de manera virulenta en contra de la posibilidad de que la salida a la crisis del país sea revolucionaria, chavista y junto al pueblo, lo cual devela su verdadera naturaleza y propósitos.
El terror del madurismo a cualquier opción política proveniente del campo revolucionario y chavista, no sólamente es reflejo de su profunda debilidad, sino que, deja entrever, cada vez de manera más clara, que avanza un acuerdo de convivencia con factores tradicionales de la oposición, esos que están dispuestos a dejar a los venezolanos en el abismo, con tal de disponer de alguna cuota de poder en esta charca en la que han convertido a las instituciones del Estado.
El gobierno golpea, encarcela y persigue a los dirigentes de izquierda, a los chavistas, sean estos civiles o militares. En mi caso, me exilia, descalifica, ataca y acusa judicialmente, incluso, secuestra a mi hermano, ocupa mi vivienda y hace de todo para silenciarme; a la vez que impone la violencia en el movimiento popular y encarcela a los obreros; mientras todo esto sucede, se prepara para llegar a “acuerdos” y pactos con los exponentes tradicionales de la derecha venezolana que –hagan lo que hagan en el país– siempre encontrarán la mano tendida del madurismo para negociar.
Este gobierno no quiere nada con la izquierda, ni con el chavismo. Para el madurismo, el verdadero enemigo es el campo revolucionario, la propuesta socialista, es Chávez. Pero el madurismo intolerante de derecha, tampoco está dispuesto a aceptar a ningún factor de la oposición que no se subordine a sus planes y designios, que no esté dispuesto a ser cómplice y soporte de este desastre, de este pacto de Punto Fijo chucuto.
El gobierno persigue al chavismo y reprime al movimiento popular para imponer la pax de los sepulcros a la izquierda y el bozal de arepa a la oposición. Son ellos, la cúpula del madurismo, los que pretenden decidir quién puede ser candidatos –sean alacranes o dráculas–, fáciles garantizar la victoria de “super bigote” en esta trágica y estúpida parodia en la que han convertido a la política; mientras que el pueblo venezolano, vive para seguir muriendo o decide escapar, como lo han hecho 7,1 millones de venezolanos, arriesgando sus vidas y morir en el Darién, en el páramo de Berlín o en un naufragio en el Caribe.
Esta es la realidad de un país abandonado a su suerte, sin una vanguardia revolucionaria que se decida a luchar junto al pueblo; de un chavismo sin garra, desarmado, y un poder popular desmovilizado; de una Fuerza Armada que ha faltado a sus deberes constitucionales y sostiene en el poder a un gobierno que entrega el país y su soberanía.
La realidad de Venezuela, donde el gobierno mantiene secuestrado a todo un pueblo, utilizando para ello, complejos y sofisticados mecanismos importados de control social y represión política que asfixian al país, mientras se lo siguen engullendo, se lo reparten y lo van degradando, material y espiritualmente, hasta convertirlo en el país de las miserias y el sálvese quien pueda, el de la resignación.
Las victorias de Lula, Petro y Boric, han sido posibles porque en estos países, a pesar de Bolsonaro, del uribismo y del pinochetismo, el pueblo pudo ejercer todos sus derechos políticos, ejercer el de la participación política, con garantías y condiciones. Estos pueblos hermanos pudieron expresarse y decidir un cambio en su situación, en su propio futuro, porque lucharon para conquistarlo, se movilizaron para exigir la democratización de sus sociedades, no aceptaron la imposición de dictaduras enmascaradas, ni se entregaron al fatalismo de vivir bajo el “milagro” de Bolsonaro, Uribe o Pinochet.
América Latina, la nueva izquierda que surge, deja aislado, más que nunca, a nicolás maduro y su gobierno represivo y antipopular. Se le siguen acabando las excusas al madurismo; los pueblos de la región marcan la pauta, dan el ejemplo de que sólo con la movilización y la participación política, seremos capaces de salir de nuestras propias tragedias; que debemos luchar por nuestros derechos, dejar atrás el miedo y el conformismo, que no hay fatalidades; que si el liderazgo político y la vanguardia no están dispuestos a asumir su papel histórico, si están entregados, cansados o asustados, entonces, surgirá otro liderazgo, porque las sociedades no se suicidan y Bolívar no rasgó las tinieblas por un instante, solo para luego perderse en el abismo.