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El país donde vivimos: el juicio del ladrón y el juicio de la realidad

¿Tú serías capaz de aprovecharte de los bienes públicos para provecho personal, o favoreciendo a particulares? Si la respuesta es SÍ, se entiende que no creas que existan personas honestas, porque “cada ladrón juzga por su condición”. Si la respuesta es NO, a lo mejor piensas lo contrario, o deberías proporcionar el beneficio de la duda a quienes han administrado bienes públicos, si no tienes evidencias visibles de que se hayan enriquecido robando, o regalando lo que no es suyo.

No es fácil responder a la pregunta. Pero la pregunta es pertinente en este momento. Hoy pareciera que todo el mundo anda como Diógenes y su lámpara buscando un hombre y a una mujer honestos en los rincones oscuros de las alma, pero con cinismo, porque el que busca no se busca, es otro pícaro que juzga, porque en el fondo sabe que él tampoco es o no puede ser honesto; ¡Cada ladrón juzga por su condición!, es un decir sabio… ¿Será que en este despelote capitalista la humanidad ya no tiene remedio? Y si así fuera, ¿cómo es posible que en la antigüedad la civilización haya avanzado a niveles, hoy incomprendidos, de perfección… de perfección moral?

Para haber construido acueductos y ciudades imperecederas, sistemas de producción súper eficientes, medios de transportes, caminos, leyes y formas jurídicas avanzadas, se necesitó un motor moral por encima de la mezquindad ramplona del mercader, “capitalista”; no todo proceso civilizatorio fue producto directo de la coacción o de la esclavitud. Detrás de esa perfección hay orden y organización del trabajo; hay tradición, cultura, valores humanos, sabiduría acumulada y cosecha.

Hoy la gente se comporta de cara a sus propias capacidades ancestrales como si la obra civilizatoria (que a cada rato descubre la ciencia) fuera la acción de extraterrestres. Sin embargo de alguna manera la historia niega el cinismo de Diógenes y el de los escépticos modernos, quienes han perdido la fe en la humanidad y ahora la desplazan hacia “extraterrestres”, prefieren a sus perros y gatos, o a un Dios inalcanzable e indiferente a lo terrenal, declarando que el ser humano es una mierda, que su voluntad no vale nada, que a ella se la puede comprar y vender como baratija en un bazar, según la ley de la oferta y la demanda, porque, habiendo tantos melindrosos su precio está por el suelo.

Frente al desprecio moderno, nacido del capitalismo, de la humanidad a la humanidad, nosotros creemos en la humanidad, porque eso somos, y además porque somos socialistas y humanistas. El que Luis, o tú José, o tú Elvira, Rosalía, Meche… NO sean capaces de resistir la tentación (de coger el dinero ajeno, o aprovecharse de las necesidades ajenas para beneficio propio), no significa nada. Hay muchos que sí se aguantan y hacen lo correcto, cumplen con su deber frente a la sociedad, y cuando lo hacen no juzgan de forma negativa a sus congéneres, al contrario, alientan a sus hermanos a hacer las cosas correctamente.

Hoy se puede sentir la presencia de una sociedad con una moral diluida, una sociedad de mentira, basada en la ostentación de lo que vale y de lo que no vale nada, que solo exhibe la habilidad – del más cínico, del hipócrita, del descarado, del más ladrón – de parecer honesto, de cara a aquellos que viven cerca de la verdad, que arreglan una avería para que dure en el tiempo, que pueden enseñar a los jóvenes, curar y atender a los enfermos con interés humano y misericordioso, sembrar y cosechar. El problema de ahora es como parecer lo que no se es, es cómo ser un desalmado, tapando con un liquiliqui, una chaqueta roja o un flux, el hueco donde debería estar el alma; el problema es cómo falsificar el oprobio, la indiferencia y la rapacería, de buenas intenciones.

Una persona con esta disposición emocional o mental no debería juzgar a los hombres y mujeres que trabajan y han trabajado bien, que han dejado una obra tangible en beneficio del colectivo humano. No obstante son los jueces públicos más populares, pareciera que mientras más personas calumnian y condenan más se lavan de sus propios pecados y fechorías, ante la mirada de una masa sedienta de venganza, de culpables, castigos y castigados. Quizás por eso el fiscal Tarek William, cada vez que juzga y condena se lo ve siempre tan pálido, “con su cara lavada”.

¿Tú eres capaz de robarte una engrapadora de tu oficina o estafar al Estado para que te pague un viaje a Nueva York? Si es así, lo más seguro es que pienses que quien no aprovecha esa oportunidad es un tonto, y que el mundo se divide en tontos y gente normal, como tú. Yo soy de los tontos, y aun así solo alcanzo a señalar las contradicciones en las que incurren aquellos que se dan golpes de pecho condenando la corrupción, sin poder explicar de dónde salen tantos ricos en este país bloqueado y sancionado. A menos que se sea un pícaro, que como Diógenes anda buscando con su lámpara un hombre honesto, no hay razón para pensar que todo es normal en una sociedad tan desigual. A menos que participemos de esta puesta en escena no podemos pensar que esta es una revolución socialista, que las contradicciones sociales solo son espejismos, visiones de mentes perturbadas por el odio a Maduro y al madurismo. A los hipócritas las contradicciones los fortalece; ellas adornan sus máscaras, a nosotros la realidad nos aplasta.

SOCIALISMO ES NO MENTIR JAMÁS, ES ESTAR CERCA DE LA VERDAD ¡VOLVAMOS A CHÁVEZ!

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