La verdad a la cual me refiero es ese escalofrío que sentimos cuando nos vemos un rato en el espejo y detrás de la mirada reconocemos nuestra propia realidad, o mejor dicho, el sentido de ella, y de ahí, el sentido de la vida. La otra verdad, la del Dios salvador, que te da las entradas al paraíso y a la vida eterna, para nosotros no existe, es puro deseo. Así como no existe la cosa en sí de las ciencias y la filosofía. Toda verdad es una porción de la realidad organizada por el prisma de la conciencia humana. En sí mismo nada existe, más allá de nuestra inteligencia está la penumbra fría del caos. O más bien, más allá de la humanidad está la nada…
Pero, volvamos al escalofrío. Hablar con la verdad, vivir cerca de ella, es ser honestos con nosotros mismos, ¿para qué o por qué ocultar lo que somos? En sentido negativo la verdad es no engañarnos, creer que con declarar que somos buenos, nuestras maldades se convierten mágicamente en bondades. A la inversa, mentir no es contar embustes, es creer en ellos por propósitos morales, como el Tartufo de Moliere, es un estado de disociación de lo que mostramos en palabras con lo que somos o terminamos haciendo.
También es lo que llamaría una psicoanalista, la “peste emocional”, disimular nuestra verdadera naturaleza, ocultarla detrás de los juncos del moralismo y los prejuicios sociales. La pandemia del mundo moderno, que infecta a la sociedad moderna y se posa sobre una mentira “original”, la verdad secuestrada, la vergüenza del pecado original como el de los judíos y cristianos, pero moderno, que infecta a toda la sociedad, a la “consciencia colectiva”, si es que se puede decir eso.
La del burgués y pequeñoburgués es un estado deuna conciencia piche, sus pasiones y moralismos, esparcidos hacia el resto de la sociedad, análoga a la falsa conciencia que surge de los fantasmas de la ideología burguesa (y el sufrir su correspondiente desequilibrio),… ¡o el subproducto de la “Inteligencia Artificial”!, que no tiene nada de inteligente pero sí mucho de artificial: la droga de las redes sociales. De ahí el alma rota de la sociedad moderna contemporánea, que a veces consigue un centro pero fácilmente se descompone otra vez. Vivir en la mentira es estar expuesto a una fuerza de gravedad superior.
Una verdadera revolución es hacer estallar por los aires este carrusel ideológico donde gira, en azul, la vaca de la democracia, el conejito que dice libertad, la serpiente de la paz, el pueblo con orejas de burro, y en rojo el dragón del terrorismo y un diablito que dice Comunismo: ¡zun zun zun!, y su aburrida lógica; y nosotros dormitando viendo sus sombras… Hay que resolver la paradoja de ser santos de día y demonios de noche, de tener vicios secretos y que solo mostremos virtud, como los santos; hay que recomponer un espíritu roto. La tarea de los líderes revolucionarios es moldear hombres y mujeres de acero, reparar el equilibrio humano, ¡por eso vale la pena vivir y luchar! No tiene sentido envejecer dando vueltas como un burro en una noria.
No se trata de moralismos, se trata de recomponer el sentido de responsabilidad entre hombres y mujeres escurridizos, de que se es libre sólo si somos capaces de tomar decisiones y afrontar sus consecuencias; defender el carácter, la honestidad de ser siempre uno solo y no dos. Así suene chocante, frente a la pacatería burguesa ahora resulta saludable la hipocresía. Vivimos tiempos muy confusos, ambivalentes, nada es bueno, nada es malo, todo es bueno, todo es malo, y el hombre es una polvorosa.
Consciencia, conciencia elevada, es control sobre nuestro mundo interior y la percepción que tenemos del mundo exterior. Creo que de ahí, de ese control, proviene la fuerza para acometer tareas y grandes proyectos, crear, construir, intentar cambiar la inercia en el devenir, ir por la conquista de lo que parece imposible, o se nos hace ver como imposible. ¿Por qué si el hombre, estimulado por la codicia, hoy está apunto de viajar a Marte, sin embargo, no ha sido capaz de reparar la sociedad (ir por lo que parece “imposible”, su permanencia en la Tierra de forma heroica y racional? ¿Por qué nos resulta imposible el socialismo, frente al disparate de colonizar Marte? Nuestro mundo moderno, la sociedad que llamamos burguesa, la dueña de la verdad falsa, se alimenta del desprecio por la vida (la vida que florece y crece en todas partes); los “dueños del mundo”, así duren vivos una semana, por conservar sus privilegios o la exclusividad de vivir, son capaces de migrar a Marte y dejar hecha una mierda la Tierra con el resto de nosotros dentro.
Para acometer el proyecto revolucionario de cambiar al mundo, de cambiar la sociedad, hay que vivir lo más cerca posible a la verdad que nace de nosotros y superar esa falsa o mala consciencia que pesa como una platabanda y que se impone desde el poder. Sin esa verdad nosotros no podemos, si no somos honestos no podemos, si mentimos y nos mentimos, si chapoteando en un estercolero nos creemos nuestras propias fantasías, estamos fritos. Sin control, será el final de la aventura humana; se acaba la película.
El final de la humanidad lo decide un puñado de locos, con excusas absurdas para acabar con ella: acabar la humanidad por defender la libertad, acabar la humanidad por defender la patria, acabar la humanidad por defender la paz, acabar la humanidad en un estado de disociación psicótica donde muchos tontos alienados apoyarán su bando, en el último gran partido intercapitalista. Prefieren acabar con la vida antes que cambiar el modelo de vida.
Nunca hemos estado tan cerca del final, y todo por defender nuestros prejuicios, nuestras mentiras, proteger nuestros últimos secretos, preferible morir con ellos; diría el último fanático, “preferible que muramos todos a morir de vergüenza”, como un héroe kafkiano. Nunca se había visto tan clara la fatuidad de los conflictos planetarios, ¡modernos!
Si queremos conocer la verdad démosle vuelta a la tortilla, levantemos la piedra de las grandes verdades y descubramos el criadero de parásitos que la sostienen, son prejuicios los que frenan nuestra salud mental.
Difícil conocerse a sí mismo, pero hay que intentar conocerse a sí mismo, si queremos conocer al otro y lo otro. —